Una de las grandes tentaciones del periodismo es caer en el llamado amarillismo. Es decir, valerse de la exageración y el sensacionalismo para despertar en los receptores una mayor atención y por consiguiente más audiencia y mayores ventas.
La exageración en un titular de una noticia, o inclusive su manipulación, muy seguramente garantiza la atención del lector, oyente o televidente, pero compromete la credibilidad del periodista y del medio de comunicación que se vale de dicho recurso. De esta manera lo que se gana en audiencia y rating se pierde en credibilidad.
Hoy en las redes sociales abunda el amarillismo, porque de lo que se trata es de tener el mayor número de lectores y generar la mayor cantidad de tráfico sobre un determinado asunto o noticia. Poco o nada importa la calidad de la información, su certeza y su verosimilitud.
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Las catástrofes naturales se prestan para el uso sensacionalista de la información. Por eso se “anuncian tragedias naturales” sin ningún soporte científico y se genera una sensación de pánico que muchas veces termina por agravar los hechos.
No se trata, como pretenden partes interesadas, de ocultar la información para evadir sus responsabilidades.
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De lo que se trata es de aproximarse a la verdad de los acontecimientos con la mayor rigurosidad posible.
Lo que ocurre con Hidroituango es un buen reto para el manejo responsable de la información, sin caer en el amarillismo.
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