Este es el Editorial de Ana Cristina:
Ha muerto Elkin Ramírez, vocalista de Kraken, agrupación antioqueña, pionera de un género musical, pilar del metal nacional.
Una enfermedad cerebro-vascular apagó lentamente su vida: pasó de ser un icono de carne y hueso, cercano, familiar, vecino, a convertirse en una leyenda.
Mucho se especulará sobre Elkin Ramírez, sobre su voz privilegiada, su carisma en escena, la potencia de su lírica, y sus raíces musicales que abrazan con la misma fuerza a Mozart, Beethoven, Bach y Wagner, y a Led Zeppelin, Judas Priest, Black Sabbath y Iron Maiden.
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Lo que es preciso resaltar hoy del cantante de Kraken es que sí, escribió una página importante en el rock nacional; pero su gran legado es la lealtad a su propia esencia: Elkin Ramírez no cedió ni ante las tentaciones de la vanidad ni del mercado musical, no agachó la cabeza ante las corrientes consumistas dominantes, supo ser fiel a sí mismo. Elkin nunca le falló a los dictados de su corazón.
“No vivas para ser, por temor,
la presa de otros sueños.
Se vive una vez para ser
eternamente ¡libre!, ¡libre!”, dice su canción Muere libre.
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Tal vez los artistas que nos acompañan en la adolescencia (como Elkin Ramírez) son aquellos que nunca desaparecen de nuestras vidas. Quererlos siempre es el acto más profundo de agradecimiento: porque toda tristeza adolescente siempre es solitaria. La literatura, la pintura, la música… logran convertirse en una compañía sin prejuicios. El arte de la adolescencia permanece en las entrañas.
Elkin Ramírez nunca gritó solo. Jamás nos dejó a merced de nuestra propia incertidumbre adolescente. Tampoco nos dio respuestas: solo permaneció ahí, cerquita.
Qué buen compañero de viaje fuiste, Titán.
Nunca nos dejó solos, por eso hoy Elkin Ramírez es leyenda.
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