De los 17.2 billones de pesos que serán invertidos en obras en la ciudad durante los próximos cuatro años –que incluyen canalización de arroyos, nuevas escuelas, nuevos escenarios deportivos y ampliación de redes de servicios públicos, entre otras- ninguna de ellas llamó la atención de los concejales, como sí ocurrió con el hecho de querer sepultar de un plumazo la noble tradición de decirles el último adiós a nuestros seres queridos en la sala o en el patio de su casa.
Al parecer, para los concejales, ese noble gesto de despedir a nuestros seres queridos en su propia casa no es digno de una metrópoli como Barranquilla. Quieren ellos que la despedida final se lleve a cabo en uno de esos lugares desalmados y desangelados que llaman salas de velación, donde ni siquiera es posible echar el último cuento del difunto, para que todos podamos morirnos de la risa, mientras degustamos un humeante tinto.
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Señores concejales, sepan ustedes que para los hombres y mujeres del Caribe, los velorios son –ante todo- un acontecimiento social, como el bautizo, la primera comunión y el matrimonio. De hecho, quienes figuran en las fotos en todos y cada uno de ellos son los mismos protagonistas, sólo que en cada evento aparecen –aparecemos- más calvos y más gordos. Recuerden que a Joselito –nuestro querido Joselito Carnaval- sus viudas lo velan en su casa y lo lloran en el cementerio. Dejen, pues, a nuestro querido velorio quieto y dedíquense a asuntos más terrenales. ¿Qué tal si se ocupan de los nuevos impuestos que ya empiezan a asomar sus grandes orejas?
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