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En fotos: familia de Jaime Garzón le rindió homenaje en la Universidad Nacional

Con el llamado a buscar la verdad y con emotivos momentos musicales, se recordó al humorista.

“Han pasado muchos años, pero a nadie se le olvida ¡Eso sí se lo aseguro!”, cantaba Luz Marina Posada, acompañada de Gustavo Adolfo Rengifo, paisa y vallecaucano. Con suave sonido andino, recibieron a 1.600 personas que se colmaron para homenajear en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional al abogado y pedagogo Jaime Garzón, veinte años después de su asesinato, aquel 13 de agosto de 1999.

“A pesar del dolor, sigue pariendo color. Prodiga sus dulzuras, alienta mi voz. Es verdad cuando dicen que estos días no han sido buenos días para mi patria y yo”, dijo, en un escenario sobrio, Luz Marina, elegante, vestida de rojo y negro y acompañada de su guitarra.

“Pero no es fácil acallar el ansia de una nueva luz que tenemos mi patria y yo”, continúa.

“Cuando pensamos que en Colombia no puede pasar más horror, sigue pasando. Pero todos los días hay hechos calladitos, que valen la pena”, dice la maestra antes de entonar ‘A pesar de tanto gris’.

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Y mientras en una gigante pantalla en el auditorio pasaban lentamente viejas fotografías de Jaime Garzón, de su familia y de algunos recuerdos, como un escrito en un cuaderno rayado de cuando apenas era un niño que decía con letras torcidas algo como “Mi nombre es Jaime Garzón”, la maestra Luz Marina entonaba una fuerte frase: “A pesar de tanta decepción, la esperanza no abandona su misión”.

Pidiendo un reconocimiento en silencio a todas las madres víctimas de la violencia, la mujer, que moderaba el homenaje, recordó las palabras de doña Daisy cuando mataron a su hijo: “¿por qué mataron a mi chinito?”.

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Fue el turno de la hermana de Jaime. Marisol, primero recordando a su madre Daisy, a su padre Félix María y a sus hermanos, lamentó que más de 1.000 personas quedaron fuera del auditorio porque no dio abasto. Empezó a recordar algunas anécdotas en presencia de algunos miembros de su familia.

“Durante dos años tuve una fundación que se llamaba Jaime Garzón y me la cerraron que porque no conseguí plata. ¿Yo para qué quería plata en la fundación?”, dijo Marisol, mientras reiteraba que la verdad era la más fuerte bandera de Jaime y que con la verdad reinando, se puede tener un país mejor. “Lo único que buscamos es la verdad”, reiteró.

“Yo no endioso a Jaime, Jaime no era un dios, Jaime era un genio”, dice su hermana junto al llamado de reconstruir la memoria como una gran necesidad y respetando que, aunque sea una sola persona quien le acompañe, merece el mismo respeto como si fueran miles.

“Jaime no era ningún optimista, era un hombre de esperanza”, añadió.

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El hombre que se valía del humor para decir lo que otros no se atrevían fue recordado con un tono de agradecimiento y respeto por su labor en Colombia, por hacer de sus distintos roles puentes para la reconstrucción de memoria y el símbolo más coloquial y cercano entre el poder y el pueblo.

En el homenaje, los personajes de Jaime no fueron la prioridad, sino en palabras de su familia, la esencia del hombre era la que debía ser la protagonista. En la noche que emulaba como hace dos décadas, en esa noche de viernes, ya habían pasado horas de perplejidad, pero que hoy se enrutan en perpetuidad.

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Un saxofón, unas cuerdas y una percusión en el escenario. De las gradas empezaron a escucharse voces susurrando “quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval”, muchas veces, otras tantas, y otras más, repitiendo el estribillo. Dos mujeres y tres hombres, vestidos de negro, y luego, una gran representación teatral de parte de la vida de Garzón.

Era el 14 de agosto de 1999 el que representaban los actores, cuando colombianos coreaban “Jaime, amigo, el pueblo está contigo”, mientras seguían el féretro del “hombre de la voz valiente”. Un día después del asesinato. Y luego episodios de la rebeldía juvenil de Jaime.

Algunos asistentes percibieron lágrimas mientras en la pantalla se veía a la cantautora Marta Gómez entonando ‘Pedacito de Esperanza’.

Terminó “Lea pa’ que hablemos”, la puesta en escena dirigida por Julio Hernán Correal, diciendo: “Jaime, amigo, ni la parca pudo contigo”, “las malditas balas asesinas”, y “para la guerra nada”.

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Pero, sobre todo, recordando aquel artículo de la Constitución, que para Garzón era suficiente:

“Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente ¡Nadie!”.

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“Se cumple el sueño de Jaime Garzón y es que los jóvenes se tomen los escenarios y lo están haciendo”, así arrancó una corta intervención el cantante y actor César Mora.

“Hay que inmortalizar la gloria de Jaime Garzón”, continuó.

Y antes de entonar, César cuenta: “Esa noche se dio mañas para hacerme cantar ‘Canela’ entre 15 y 20 veces”.

-“A que usted no es capaz de hacer sonar esa canción en pasodoble. Y así era todo el tiempo”, continúa.

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“Luego quería que en Carranga. ¡Era estresante! Llegaba a los bares y me buscaba y decía -Mora, ya llegué. Esa canción ya no es tuya, esa canción es nuestra. ¡Cántala! (Mora con su tono valluno). La única forma era que uno se fuera a leer, porque así era él, lo mandaba a uno a leer”, dijo.

Y con una mezcla de melancolía y agradecimiento: “quiero morirme de manera singular, quiero un adiós de carnaval. Quiero tu voz negra canela escuchar, con su frescura natural sincera. (...) Quiero morirme al arrullo de tu voz, y un réquiem en Guajira y ron, que sepa la razón de tu inspiración, aquí murió el corazón rumbero. (...) Una canción, una canción de amor. Canela. Ay que ya me voy, que ya me voy pa’l cielo. Canela. Ay que ya me fui, ya me fui pal cielo”.

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Y al final: “¡Jaime nunca morirá!”.

 

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