Bojayá de nuevo bajo fuego: denuncian balacera entre AGC y ELN

Además de inundaciones por desbordamiento de ríos en los últimos días, los paramilitares y la guerrilla serían los responsables de una disputa que parece no tener fin.

Bojayá // Foto: BLU Radio

Como si la guerra nunca hubiera acabado a orillas del río Atrato, los indígenas de Bojayá nuevamente están siendo sometidos a desplazamientos y trasteos obligados bajo el sonido de los fusiles de los actores del mal.

La denuncia que ha llegado por parte de la Federación de Asociaciones de Cabildos Indígenas del Chocó habla de cómo, desde la noche del pasado 3 de abril, el sonido de las explosiones de al menos 10 granadas fragmentarias y el cruce de balas, ha envuelto en el dolor a los Embera Dobida, Katío, Chamí y Guna Dule porque las Autodefensas Gaitanistas y el ELN persisten en enfrentarse.

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Y es que incluso, desde finales de marzo, en la comunidad Nueva Jerusalén, los pobladores indígenas se han convertido en escudos humanos y la reiteración de denuncias en diferentes asentamientos de Bojayá sobre confinamientos no cesan, como no lo hace la precariedad y la ausencia del Estado, pues, aunque Bellavista, casco urbano del municipio, cuenta con algunos servicios y es el ‘corazón’ donde confluyen ciertas ayudas, lo que sucede selva y río adentro es diferente.

Basta ver un video rústico, grabado con un celular, para encontrar en el relato de quien lo produce, que la situación no es “cuento”, que esos niños que registran las imágenes, descalzos, con sus pertenencias al hombro y las mujeres con bebés y hombres cargando lo más pesado, es una realidad, cuando la paz no se ha cocinado del todo, cuando las ramas se convierten en la barricada de lo que fueran disparos y que solo la suerte podría no dejar penetrar una de esas balas que se escuchan entre platanales y pájaros que vuelan buscando su propio refugio tras el susto que produce una ráfaga.

Por si fuera poco, las fuertes lluvias en los últimos días provocaron el desbordamiento de los ríos Pogue y Chicué, donde cientos de familias se vieron afectadas con sus pocos enseres destruidos y los caseríos bajo el agua. Allá no hay cuarentena que valga, no hay súplica y rezo que sea suficiente para proteger la vida. Allá, el ruido de las balas sigue siendo estruendoso y los hombres armados, los villanos de una película que no terminó aquel 2 de mayo del 2002 cuando las Farc y los paramilitares acabaron con un centenar de bojayaseños.

Hoy, en esos pueblos olvidados, selva adentro, no hay dios ni ley, tampoco oídos que los escuchen y les den una solución precisa. El Gobierno anuncia, cada vez que se eleva una voz para decir que allá están pasando cosas, que despliegan militares para controlar la situación, pero días después, vuelven a hacer presencia los subversivos, vuelve a escucharse un cargador de fusil o una granada.

Familias enteras, donde las mujeres indígenas tienen entre dos y cinco hijos, se encuentran entre fuego cruzado, según lo dice la asociación indígena, 37 lograron desplazarse a otra comunidad, en el sector de Peñita, ese relato es frecuente.

Durante 2020 las denuncias han sido frecuentes, los mismos actores, las mismas víctimas y la transición de asentamientos, donde los indígenas no encuentran una trinchera permanente y como nómadas buscan un techo dónde abrigarse de la lluvia y el sofocante calor que se siente a orillas del Atrato, que en cualquier madrugada incrementa, y se confunde con el incesante fuego de las armas que parece no tener intenciones de apagar.

 

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