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"Arroyo de la 84: la fiera domada", editorial Ley del Montes

La escena se había vuelto recurrente, predecible y triste: con cada aguacero que caía sobre Barranquilla de inmediato la ciudad era atravesada de norte a sur y de este a oeste por furiosos arroyos que arrastraban a su paso neveras, muebles, carros -grandes y chicos-, caballos, perros y hasta gatos con sus siete vidas a cuestas.

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Pero –sobre todo- esos arroyos asesinos arrastraban personas, gente inocente que por osadía o por descuido desafiaban las aguas desmadradas. Un estudio reciente habla de 12 que fueron engullidas por los arroyos en los últimos veinte años.

 

En esas épocas de pasado reciente la ciudad graduó de héroes a quienes armados con un lazo desafiaban la furia de los arroyos y se lanzaban al rescate de quienes caían en sus aguas oscuras y fétidas. Mientras tanto desde los pretiles de las casas, decenas de personas asistían con el credo en la boca a la película de suspenso que se desarrollaba ante sus ojos y cuyo final era desconocido: algunas veces el arrojo de los rescatistas salvaban a las personas de una muerte segura y otras los arroyos iracundos arrastraban al pobre infeliz que no midió las fatales consecuencias de su intrepidez.

 

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Pues bien, los tiempos empiezan a cambiar. El temible arroyo de la 84 parece que –por fin- fue domesticado y el pasado domingo el fuerte aguacero que cayó sobre Barranquilla no causó los estragos de otros años. La fiera ha sido domada. Después de una inversión de 66 mil millones de pesos y un atraso de varios meses, su canalización les ha permitido a los barranquilleros poder transitar con tranquilidad por este sector del norte de la ciudad.

 

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Todo parece indicar que –por fortuna- quien sugirió trasladar la ciudad a otro sitio –ante la imposibilidad de domesticar a sus fieras caudalosas- se equivocó. Hoy las fieras están siendo domadas y como sucede con ciertos perros rabiosos, aun ladran, pero ya no muerden.

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