De aplaudir: migrante venezolano convirtió los vagones de TransMilenio en aulas de clases

Quién no quiere ser creativo, está condenado a vivir negándose a cultivar el asombro y la sorpresa.

Alberto Linero
Foto: cortesía

Disfruto encontrar historias inspiradoras que me permitan evidenciar lo mejor de los seres humanos, por eso, gocé ayer al leer la de Yilbert Pérez, un joven migrante venezolano que se dedica a impartir clases de historia en aulas poco comunes:los vagones de Transmilenio . Con su propio estilo comparte conocimiento sobre la historia de la ciudad y del país, y a veces hasta utiliza las rutas de los articulados para explicar los acontecimientos desde los propios lugares en los que sucedieron, y así, como él mismo lo dice, hace sentir a los usuarios de este transporte público, como si estuvieran en un museo a cielo abierto. Ese relato me dejó por lo menos tres enseñanzas.

Lo primero es que sin duda nos pone frente a la necesidad de aprender nuestra historia, saber quiénes somos, de dónde venimos. No hay ninguna duda de que es solo desde allí donde podemos construir nuestra identidad. Por supuesto, teniendo presente que todo relato es siempre una interpretación y que debemos ser críticos, y para ello es importante informarnos sobre cómo se ha construido nuestro pasado.

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Lo segundo es que me encanta la capacidad creativa. Necesitamos ser creativos, desaprender algunas actitudes que no nos permiten movernos a la novedad, que nos mantienen estáticos. Ser flexibles, vivir buscando siempre nuevos modos para hacerle frente a lo que la sociedad propone. Quién no quiere ser creativo, está condenado a vivir negándose a cultivar el asombro y la sorpresa.

Y por último, admiro que Yilbert entienda todas las posibilidades que brinda compartir el conocimiento. De hecho, me hizo recordar una enseñanza de Michel Serres que dice, abro cita: “Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro (…) Pero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me los enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted los habrá conservado. En el primer caso, hay equilibrio. Eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Eso es cultura”.

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