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Maye, un ángel de niños abusados en Colombia que encontró su misión en un clasificado

Maye, como se acostumbró a ser llamada, tiene 45 años y fue reconocida el jueves con el premio Nansen que le otorgó la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas (Acnur) por su heroísmo en la protección de los niños más vulnerables.

Mayerlin Vergara
Mayerlin Vergara
Foto: suministrada

Mayerlín Vergara halló hace dos décadas la causa de su vida en un clasificado. Pero solo ahora, tras haber ayudado a muchos niños explotados sexualmente, esta colombiana siente que lidia con un drama peor: el abuso contra pequeños venezolanos que cruzan la frontera solos y hambrientos.

Maye, como se acostumbró a ser llamada, tiene 45 años y fue reconocida el jueves con el premio Nansen que le otorgó la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas (Acnur) por su heroísmo en la protección de los niños más vulnerables, según justificó la organización.

Una distinción que a esta profesora y activista apenas le da para sonreír en medio de "la tragedia" que asegura viven muchos niños en La Guajira, un departamento fronterizo y desértico del norte de Colombia.

En 2018 llegó a esta zona limítrofe tras haber trabajado por años a favor de los menores víctimas de explotación sexual en Barranquilla y Cartagena, en el Caribe colombiano.

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Su intención era quedarse un tiempo corto para investigar este fenómeno en La Guajira. Pero lo que encontró la hizo retrasar indefinidamente el regreso a Cartagena.

Familiarizada con el dolor de su causa, Maye se topó con algo nuevo y más desgarrador: una migración tierna y abusada que llegó de una Venezuela golpeada por la crisis económica.

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"Algunos niños vienen solos, otros vienen con la vecina porque la mamá dijo 'lléveselos, allá hay comida'. Otros vienen con personas que los han captado en Venezuela (...) y los explotan acá", describe esta activista en conversación con AFP.

En sus palabras, es un cóctel de desgracias. "El impacto de la migración sumado al impacto de la violencia sexual. Es una bomba de tiempo (...) Es lo más duro que he podido vivir en toda mi trayectoria".

La búsqueda

Desde abril de 2019, Maye dirige un hogar de la Fundación Renacer que acoge a niños víctimas de abuso y explotación sexual.

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Según ella, 75 menores han pasado por un proceso de "recuperación" en esta casa ubicada en Riohacha, capital departamental. Muchos son niños indígenas de los pueblos Yukpa y Wayuu, que habitan ambos lados de la frontera.

Castigado por la pobreza y el hambre, el departamento colombiano de La Guajira, que paradójicamente acoge la mayor mina de carbón a cielo abierto en América Latina, se convirtió en forzado destino de venezolanos.

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La crisis ha empujado a alrededor de 1,8 millones de venezolanos hacia Colombia. Muchos llegaron a pie por pasos irregulares conocidos como 'trochas', donde las órdenes las imponen bandas dedicadas a todo tipo de tráfico ilegal.

Los que optaron por pasar hacia La Guajira se encontraron con una región donde el 65% de la población tiene necesidades básicas insatisfechas, según el más reciente censo.

"Es una zona de una riqueza ambiental maravillosa. Pero aquí mismo en la capital Riohacha (...) llega el agua una vez a la semana", comenta Maye.

Esta mujer soltera y sin hijos divide su tiempo entre acompañar a los menores que arrebata a los explotadores y buscar a aquellos que aún no han sido rescatados.

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"A los niños y las niñas hay que buscarlos, ellos solitos no llegan a (...) pedir ayuda", explica.

Azar protector

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En su lucha, Maye ha encontrado estímulo en niños que fueron rescatados y llegaron a ser chefs, diseñadores, médicos y contadores.

La activista, quien sintió que como profesora normalista el aula le "quedaba chiquita" y que estaba para "algo más que enseñar a multiplicar", llegó a su misión por azar.

A los 23 años se topó con un aviso clasificado para llenar una vacante en la Fundación Renacer. La oenegé buscaba un profesional en psicopedagogía para hacer turnos de noche.

Maye no cumplía con los requisitos, pero se postuló y fue llamada a una entrevista.

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"Recuerdo que le dije al coordinador que yo creía que las niñas y niños de la fundación no necesitaban una persona con títulos, sino una persona que los escuchara (...) al día siguiente ya estaba en la fundación", dice sonriente.

Dos décadas después, alcanzó el reconocimiento internacional con un mensaje corto y contundente: "La explotación sexual y la trata de personas tienen rostro y duelen. Duelen en lo más profundo del ser de cada niño".

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