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La profesora víctima de las Farc que hoy dicta clases a hijos de excombatientes

El desgarrador testimonio de la mujer que hoy, luego de que su padre fuera asesinado, enseña a través del arte y la cultura a niños de la zona veredal de Dabeiba..

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Foto: profe 'efi'/Blu Radio

El Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación del municipio de Dabeiba, en el Urabá Antioqueño, queda ubicado a dos horas en motocicleta del casco urbano y a cien metros de él se encuentra la Escuela Madre Laura: un recinto para preescolar, otro para primaria y el salón comunal de la Vereda Llanogrande Chimiadó, es el lugar en el que adolescentes, hijos de excombatientes en su mayoría, y habitantes de veredas cercanas, llegan a tomar clases de como llaman allí, “posprimaria”. 33 personas reciben las clases que imparte la licenciada Leidy Efigenia.

Hasta ese lugar, ella muy puntual, llega en su vehículo de dos ruedas. La profe Efi, como la llaman, fue víctima del conflicto, sus victimarios hacían parte del grupo guerrillero de las Farc, quienes hoy habitan ahí mismo, tan cerca de quien en carne propia recibió el impacto de la guerra. Posterior a la firma de los acuerdos en La Habana, ella, con sus 30 años de edad, llega a donde sus muchachos llueva, truene o relampaguee, Efi, recuerda a través de su padre, el conflicto en esa zona de Antioquia. 

Uno no sabía si eran paramilitares, Ejército o guerrilleros. Todo fue pasando, hasta que un día, muy tarde, a uno le tocó ver que mataban a los que tenían negocitos. Nos tocaba ver a la gente tirada; esa es una imagen que a uno no se le borra. Cuando uno bajaba al pueblo veía imágenes de la violencia muy fuertes, uno lo que hacía era esperar a que llegara mi papá con su “yogurcito””. 

El Día del Padre, es para la profe Efi, una fecha que nunca saldrá de su memoria, a sus 10 años, la vida empezó a llenarse de dolor, del mismo dolor que miles de personas han tenido que aguantar en más de 50 años de conflicto armado en Colombia. Junto a su papá, su mamá y su hermano vivían en zona rural de Dabeiba, allí tenían un negocio con el que subsistía la familia en medio de noches tormentosas cubiertas por sonidos de balas y gritos que salían del alma cada vez que había un ataque. 

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Vea aquí: Estas son las cuentas de los dineros para la implementación de los acuerdos de paz

El Día del Padre mi mamá estaba en la Universidad y me dejó con mi hermanito mientras ella iba a estudiar. Teníamos una sorpresa preparada para mi papá; era un almuerzo y unas cositas, pero él llegó muy temprano. ¿Quién iba a pensar que iba a ser la última comida que yo le iba a preparar a mi papá? Él llegó a la casa y dijo que tenía hambre, le di unos fríjoles amanecidos, con una arepa fría que había en la nevera. Aún tengo la sensación de por qué no le di otra cosa, al rato salió con un hermano que vino por él. Un tío mío. Cuenta mi mamá, que se encontró con él en un negocio que ya no existe. De repente empezó a llegar una gente que uno ya sabía quiénes eran. Para donde mi papá se movía ahí llegaban; cuando mi mamá salió de la Universidad, le dijo mijo, espéreme que ya vengo, voy a entregar unos sombreros; mi papá le dijo a ella: ¡Mija! A mí me están siguiendo, ella cuenta que, al regresar, mi papá ya no estaba”. 

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Su mamá, a quien menciona en cada frase, es el eje central de la historia que hace mucho tiempo no contaba, y que se atrevió en medio de la coyuntura que vive el país y que necesitaba soltar como ejercicio de catarsis y desapego. 

Mi mamá averiguó en todo el comercio. Todos la miraban y nadie le daba respuesta, hasta que una persona le dijo, señora, a su esposo se lo acabaron de llevar. ¿Quiénes? Esa gente. Aquí en Dabeiba ya se sabía el desenlace de ellos, o lo encontraban o lo desaparecían, pero era difícil encontrarlo vivo. Mi mamá como loca empezó a preguntar en todos los carros, hasta que una persona le dijo, tenía una camisa café y un pantalón clarito. Está recién muerto, está en la carretera”. 

No pudo ser más ruda la noticia, desencarnada y sacando fuerzas de donde no tenía, Efi cuenta que su mamá trató de ser lo más diplomática con sus dos hijos de 9 y 10 años. Esos niños que solo querían ver a su papá llegar con un yogurt y unos chitos, para darle la sorpresa del Día del Padre, pero que al final, el pequeño pastel quedó ahí, en la mesa, sin poderse servir. 

Llegar a la casa y ver la sorpresa era fatal. Mi mamá vivía con un sueldo muy bajito, en ese tiempo funerarias aquí, pues no. Llegábamos a la casa y preguntábamos que entonces dónde. Ella decía que esperáramos un momentico. Dice la gente que mi mamá caminaba por todos lados.

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asta que un señor le dijo “Yo sé lo que pasó”, si quiere yo le fío la caja, que era la preocupación de mi mamá, no tenía con qué pagar el entierro. Ella llegó con la caja, y aún guardo  la imagen de tratar de subirlo por unas escalas que no entraba, de meterlo por el balcón y de tener que verlo ahí a través de un vidrio, y la imagen de ver a mi mamá, acostada todo el tiempo sobre la caja preguntando por qué”. 

Sin recursos, sin posibilidades en las precarias condiciones de Dabeiba, lo único que pretendían era darle santa sepultura, allá, en la vereda donde vivían, pero no había forma de transportar el cuerpo, múltiples intentos de movilizarse dieron como resultado la aparición de una volqueta, que sirvió como el único transporte para llevar el cuerpo a la morgue.

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“Ella simplemente hizo lo que se hacía en ese tiempo, buscar una volqueta. Fue y lo recogió y se lo trajo; nosotros hemos sido muy solos, a pesar de que la familia de mi papá siempre ha sido muy numeroso. Mi mamá estuvo con él todo el tiempo en la morgue, ella le quitó la ropita, le lavó las heridas, luego vino por nosotros y nos llevó para la calle. En medio de la inocencia, le preguntábamos a mi mamá que qué tenía, ella decía que tranquilos, que pidiéramos en la tienda lo que quisiéramos. Con la cabeza muy baja, le preguntamos qué pasó. Ella nos dijo, es que parece que mataron a su papá. Mi hermanito de 9 años lloraba y le pegaba a las rejas de los negocios”.

Pensar en un último adiós, con una fractura familiar, y una sensación de por qué tiene que pasarle esas cosas a unos niños en tan corta edad, llegan a la boca de la profe Efi, quien intentando no llorar, mira al horizonte e intenta retratar ese vacío que siente cada vez que recuerda la rabia que en su infancia dirigía hacia aquellos militantes del que fuera el grupo guerrillero más grande de la historia de Colombia. 

“Cuando entramos a la zona donde estaban ellos, estas personas pararon el carro para tener control y saber quién salía de la vereda. Cuando lo pararon dijeron que lo “Destaparan”, como si fuera una bolsa, y el ayudante simplemente abrió la tapa del ataúd, y cuando lo miraron, dijeron este es “fulanito de tal”, le entregaron la cédula a mi mamá, y le dijeron “Cóbrelo, señora, que fue una equivocación. Lo enterramos y después llegamos a la casa y cada vez que sentíamos la puerta, corríamos a ver si era mi papá. Pero mi papá nunca más llegó”. 

Un sabor agridulce llegaba días después del agónico desenlace del papá de la hoy maestra de Escuela. “Un bebé llega siempre con el pan debajo del brazo”, es una típica frase colombiana que hacía un poco menos dolorosa la partida del hombre cuyos hijos nunca más iban a volver a ver.  

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“Mi mamá se sentó en la cama, y en medio de la cosa, nos dio una alegría y nos dio la noticia de que estaba embarazo. Nosotros aguardábamos la espera y pues mi papá todo el tiempo decía que quería un niño. Pero mi mamá entró en crisis. Esa mujer tan emprendedora, solamente la veíamos en una silla con la mirada perdida y en silencio”.

Superando el duelo y con la característica resiliencia de los antioqueños, la mamá de la profe Efi salió adelante para ver por esas tres criaturas que ahora solo estaban a su cargo, y  cuyo único objetivo era darles la posibilidad, bajo el esfuerzo que fuere, de tener una vida mejor. 

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El tiempo siguió pasando y empezó a trabajar en el día, la nocturna, los sabatinos y se iba para la finca, aún sabiendo que el negocio ya no era de nosotros, sino de ellos, era donde cometían los asesinatos, nosotros nos tuvimos que desplazar de allá. Somos desplazados. Sin embargo mi mamá subía a la finca a coger cacao, ella embarazada y todo trabajó arduamente y nació el niño y ella seguía trabajando y era la alacena con una bolsa de lentejas”. 

La profe es licenciada en ciencias naturales, especialista en administración de la informática educativa y magíster en gestión de proyectos, desde antes de cumplir la mayoría de edad, ya impartía clases en la zona rural de su natal Dabeiba, aunque caminando largas y eternas trochas, siempre tuvo la vocación de la enseñanza. 

Yo salí muy joven del colegio y con el trabajo de mi mamá pude estudiar mi licenciatura en ciencias naturales, y me mandaron a Llanogrande, Chimiadó. Yo iba caminando hasta allá, era una vereda que siempre se ha caracterizado porque tiene unas personas con una calidad humana impresionante, con un don de servir, con una entrega completa, y allá un día me enfermé  no subí, y ese día mis estudiantes me estaban esperando, y ese día, los que ahora están ahí, y mataron a Don Darío, que era el señor que me ayudaba, el señor de la Junta de Acción Comunal, aún con mis necesidades, yo renuncié”. 

Hoy, Leidy Efigenia, es una mujer que poco habla de Dios, pese a que imparte clases en una escuela de carácter católico. Enseña filosofía, lenguas, ciencias sociales y hace un coctel de conocimiento ligado a la articulación de los campos de estudio con un solo propósito: el fin del dolor. 

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Hubo algo que yo no pude cerrar en mi vida, un capítulo de rencor, dolor, y hasta odio por estas personas que asesinaron a mi papá. Yo vine a mi casa, no tengo necesidades, pero había algo que yo tenía y debía sanar. De un momento a otro me di cuenta que en Llanogrande, estaba este proceso de paz, los acuerdos, y que había una posibilidad de que se abriera una plaza: la plaza de posprimaria. Yo que quería volver a Llanogrande, yo sabía la necesidad de volver allá, aún sabiendo que tenía que enfrentar a mis peores temores, ver personas que en un momento me hicieron tanto daño, empecé y le luché hasta que me nombraron en Llanogrande, empecé con 12 niños, en situaciones muy difíciles, pero me metí allá a ver cómo me podía sanar un poquito. No teníamos nada. Los muchachos muy aburridos, muy tristes, en su mayoría hijos de excombatientes, estos muchachos estaban en una difícil comunicación, entre una comunidad que también fue muy tocada, y tener que convivir con hijos de excombatientes. Ahí me metí para trabajar ese proceso”.

Posterior a la firma de los acuerdos y la implementación de las zonas veredales, las condiciones de vida hacen parte de un proceso transitorio en el que los mismos excombatientes, con apoyo de la Policía, el Ejército y la sociedad civil, desarrollan proyectos de mejoramiento junto a los escasos recursos que llegan por parte del gobierno y las ocasionales donaciones de privados. La escuela para los jóvenes de bachillerato, inició al aire libre, bajo el frío inclemente y la neblina de las mañanas en la vereda Llanogrande, con el tiempo, las religiosas a cargo de la escuela, los mismos vecinos y aportes de los excombatientes, fueron mejorando el lugar donde se dictan clases, hasta conseguir una carpa. 

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A través del arte, la cultura, los bailes y el teatro ha encontrado una salida para ir tratando de convertir el dolor en sonrisas, ocupar el tiempo de los jóvenes y apoyarlos en sus talentos, ha sido el factor invaluable que hace de Efigenia, una de las personas más importantes del proceso de paz en el municipio de Dabeiba. Sin osadía y con humildad, la mujer piel canela y de voz firme, trata diariamente de vincular el estudio y el talento, con los sentimientos de sus estudiantes. 

Ha sido fundamental el apoyo de las diferentes fuerzas en la zona. La imagen impactante de ver un Policía, un soldado, una monja, un campesino y un exguerrillero, todos trabajando para lograr un propósito, es una realidad que aún no se concreta del todo pero que de a poco se va materializando. 

Sin ser libretista, ni tener conocimientos de cine, la profe Efi no descansa su mano para escribir las historias que sus “hijos” le relatan, ella trabaja en el guion de una película.

Estoy tratando de hacer una película, estoy creando el guion con lo poquito que sé, contando todas las historias”.

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Hoy, la profe Efigenia, está en el limbo de un trabajo que no sabe si le vayan a renovar. Sus intentos de continuar vinculada con la Secretaría de Educación de Antioquia con el colegio, no prosperan, su contrato se acabó, sube a la vereda a impartir sus clases y con el dinero de sus bolsillos, trata de completar las necesidades de esos 33 muchachos que encuentran en un frasco de pintura y unas cartulinas, los lugares comunes en los que pueden expresar esa infinidad de emociones que llevan adentro. 

Hoy solo busca encontrar la posibilidad de quedarse en ese espacio, en la vereda Llanogrande, en el colegio Madre Laura, para poder seguir recuperándose del dolor y dar lo que puede y un poco más, para tratar de aliviar el dolor de esos pedacitos de cielo, que ha bautizado como sus segundos hijos, y que ninguna culpa tienen del conflicto armado en Colombia, y cuya inocencia es la fuente que la inspira, para diariamente madrugar, tomar su moto y coger trocha arriba. 

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La profe Efi hoy lucha contra otro dolor, un dolor que prefiere ir superando en silencio, pero que solo puede tratar con el reloj de arena, que cuenta los tiempos de un urgente afán de volver a la vereda para ver a sus niños y poder seguir siendo feliz.

 

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