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Cónclaves marcados por las tensiones entre poder e inspiración: "Batallas del alma"

Elección tras elección se ha sentido la tensión entre poder e inspiración, entre estrategia y fe. Porque aunque se invoque al espíritu santo, el discernimiento pasa por corazones humanos, con luces y sombras.

Alberto Linero
Alberto Linero
Foto: Blu Radio.

Detrás de la solemnidad, el incienso y la arquitectura majestuosa de la Capilla Sixtina, los cónclaves han sido, en el fondo, escenarios de lucha interior. Porque cada vez que la Iglesia elige a un papa, también se enfrenta a sus propias sombras, a sus heridas sin sanar, a sus búsquedas más profundas. Y eso se ha visto con claridad en las últimas diez elecciones.

Desde Pío XI en 1922 hasta Francisco en 2013, cada elección ha sido el reflejo de un momento histórico, pero también el espejo de una comunidad dividida entre el miedo al cambio y la necesidad de transformación. Hubo cónclaves marcados por las tensiones entre conservadores y renovadores, entre el poder europeo y la voz de las periferias, entre el peso de la tradición y el grito del pueblo.

En 1958 muchos esperaban un papa de continuidad, pero eligieron a Juan XXIII, un anciano considerado “de transición” que convocó al Concilio Vaticano II y abrió puertas que aún hoy intentamos cruzar. En 1978 el mundo quedó sorprendido con Juan Pablo II, un papa venido del Este, capaz de levantar la voz contra los totalitarismos y de encarnar la espiritualidad del cuerpo, del dolor, de la juventud.

Así, elección tras elección, se ha sentido la tensión entre poder e inspiración, entre estrategia y fe. Porque aunque se invoque al espíritu santo, el discernimiento pasa por corazones humanos, con luces y sombras.

Hoy, mientras nos acercamos a un nuevo cónclave, no es diferente. Los cardenales llevan dentro sus ideas, sus convicciones, sus lealtades, sus heridas. Pero también —y esto es lo más importante— llevan la esperanza de una Iglesia que todavía puede escuchar el susurro del espíritu.

Las batallas no solo son geopolíticas o doctrinales. Son batallas del alma: ¿nos atreveremos a elegir desde el evangelio, o desde el cálculo? ¿escucharemos a los márgenes o a los lobbies? ¿buscaremos un administrador o un profeta?

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Porque al final, lo que está en juego no es solo un nombre ni un pontificado. Es una voz que diga al mundo: “Aquí estamos. No hemos renunciado al amor. Todavía creemos que es posible una Iglesia que inspire vida”.

Y que esa voz, como siempre, nazca del silencio más hondo.