Algún día entrevistando a un líder político que me contaba cómo iba a transformar una ciudad le pregunté que si no era una tarea muy titánica y él me respondió que estaba seguro de que podía hacerlo. Me fui convencido de que algunos líderes tienen en el ego su principal enemigo.
El ego es un relato mentiroso que algunos se hacen de sí mismos, para tratar de compensar las emociones de inferioridad y de inseguridad. Entre más grande es el ego, más grande es la sensación de ser inferiores a los otros. Por eso el ego es ostentación, apariencia y grandilocuencia. Se aleja de una opinión emocional que responda a la realidad del yo, con sus fortalezas y debilidades.
Quien vive desde su ego genera relaciones interpersonales insanas y destructivas, porque en su afán de afirmarse como una persona suficiente ocasiona actitudes egoístas, egolátricas y egocéntricas. Es fundamental vivir en la realidad, asumiendo las capacidades y habilidades que tenemos, pero a la vez entendiendo que necesitamos de los demás para poder equilibrar la vida.
Lo peor que le puede pasar a alguien dominado por el ego es encontrar áulicos que no le permitan ser consciente de sus errores, sino que lo justifiquen, lo aplaudan y le hagan creer que hace bien todo. Por eso, es necesario rodearse de personas capaces de mirarnos a los ojos y decirnos la verdad.
Aunque nos moleste y nos irrite, sólo así podremos cumplir los objetivos personales y sociales. Como dice Sara Sanclemente: “Si dejas de lado los pensamientos, miedos y condicionantes externos que te paralizan, descubrirás tu esencia. Una esencia en la que eres sencillamente complejo, donde sólo deseas disfrutar de la existencia en buena compañía. Deja que fluya el amor, acéptate tal cual como eres y da forma a una vida menos truculenta y enmarañada”. Ojalá todos los que ejercen un liderazgo hoy se detuvieran a pensar cómo están manejando su ego.