El dilema de las mujeres que siembran alimentos en terrazas de viviendas de Bogotá
La falta de recursos económicos evita que un grupo de mujeres puedan realizar con tranquilidad el mejor trabajo que saben hacer: sembrar alimentos.
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Hace dos años fueron censadas 3.500 personas en La Plaza de La Hoja, viviendas de interés prioritario que donó la alcaldía de Gustavo Petro a víctimas del conflicto armado en el centro de Bogotá.
El complejo era conocido por su color gris, frío y apagado, por lo cual un grupo de diez mujeres desplazadas por la violencia provenientes del campo se dieron a la tarea de trasladar los conocimientos que tenían sobre la siembra y el cuidado de la tierra para ponerle color a las terrazas de las viviendas allí ubicadas.
La iniciativa nació como una propuesta de la directora de la Fundación Entrepasos, Juliana Hernández, quien evidenció las necesidades de estas mujeres e hizo los trámites posibles con Santiago Rodríguez, gerente de Paqua, una empresa de cultivos hidropónicos con tres años de experiencia.
“Nosotros impulsamos una alternativa de agricultura urbana. Vendemos sistemas que producen más que todo hortalizas de hoja, porque son plantas muy sensibles al tiempo, pierden con facilidad la frescura y los nutrientes, así que cultivarlas en los balcones, jardines o terrazas de la ciudad acorta la distancia entre el productor y el consumidor. Se cosecha en casa y se come”, explicó Rodríguez al diario El Espectador.
El cultivo de cilantro, hierbabuena, acelgas y apio era algo que la Claudia Yamile Bohórquez y sus compañeras hacían con amor y con el fin de no dejar de lado sus raíces en el campo colombiano, pero tiempo después y como consecuencia de la filtración del agua sobre las viviendas, el uso del espacio para pelear y consumir sustancias, el proyecto de las terrazas desapareció.
El negocio con las huertas que ellas mismas siembran, cosechan y distribuyen, es venderlas a los conjuntos residenciales, el problema que rodea la historia es pagarlo. Las mujeres no cuentan con los 300.000 pesos que deben pagar por nueve meses para completar los 2’700.000 y, por fin, tener la huerta a nombre de ellas.
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Cabe destacar que el contexto de estas mujeres no es fácil, pues aparte de haber tenido que dejar sus lugares de origen, en promedio, cada una debe mantener a tres o cuatro hijos.
Por ahora, y sin reparo, las mujeres continúan trabajando, madrugando para echar ojo a las tantas hortalizas y alimentos que saben cultivar con el mejor ingrediente, al ritmo de los extractos de ajo y ají, el amor.
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