Carmen afirma que terminó en ese lugar lleno de roedores en la ciudad de Pasto, Nariño después que un grupo de guerrilleros abusó de ella e hicieron volar a punta de bombazos el restaurante de su padre.
La mujer de baja estatura, piel trigueña y cabello crespo, dice, entre lágrimas, que una noche de noviembre de 2002 salió huyendo con su familia porque de lo contrario serían asesinados. “Perdimos a un familiar al cual primero lo secuestraron y después apareció muerto”.
Mirando el Volcán Galeras, cuenta que el motivo del ultimátum se debió a que su padre atendía a todo el mundo. “Entraba muchísima gente. No podíamos decir: Usted entra y usted no. Por esa cuestión nos volaron el negocio". (Lea también: En Pasto, exguerrilleros y ciudadanos trabajan de la mano).
Para noviembre de 2002 Jairo era un estudiante de 10 años de edad que apenas observaba las tropas de la guerrilla del ELN y Farc que hacían presencia en zona rural del municipio de Tumaco, Nariño.
Tres años después, cuando sólo contaba con 13 años de edad, Jairo ingresó a las filas de la insurgencia motivado por sus amigos de colegio y la promesa de un buen sueldo.
Lucha en la selva y en la ciudad
Rechazado y señalado por su familia ante la decisión de ir a las Farc, Jairo explica que los primeros días de entrenamiento fueron "durísimos" y pensó en renunciar, pero no lo hizo porque ya había amenazas de por medio.
Apretando los labios y golpeándose las manos recuerda el primer combate. "Me atrinchere en un hueco cercano a un árbol, tenía mucho miedo. Quería enterrarme en ese hoyo, sin embargo, con los días me tocó asimilar poco a poco".
Pero el momento más difícil de su paso por la selva, se presentó cuando apenas llevaba tres meses combatiendo en el río Mira en una vereda llamada El Azúcar. “Fue un consejo de guerra de un muchacho que se insubordinó y a nosotros nos tocó presenciar el fusilamiento. Un día antes hicieron el hueco”.
Mientras tanto en la ciudad se vivía otra lucha: la de Carmen ya desplazada en Pasto junto a su familia, en ese parqueadero lleno de ratas y sin tener que comer. “Empezamos de cero”.
Fueron momento de angustia por la discriminación constante de los citadinos. “La sola palabra desplazados les generaba desprecio, fue muy duro”.
La paciencia se agota hay que sobrevivir
Los Guaquez deambularon varios meses por las calles buscando ayudas de todas las entidades, de las personas, pero siempre la puerta se les cerraba, hasta que por fin llegó un subsidio que invirtieron en lo que sabían hacer: comida.
“Como antes tuvimos un restaurante se nos vino la idea de empezar a vender café y desayunos en las calles de Pasto y así empezamos a superar todo”, dice con una sonrisa tímida.
En la selva, entre tanto, Jairo se desanimaba y cuestionaba por hechos que le parecían injustos que cometían sus comandantes y compañeros de filas.
“Por qué derrumbaban torres quitándole la energía a todo un pueblo, actos como terrorismo a una estación de Policía rodeada de casas si allí había inocentes, por eso me desanimé”, dice dando pequeños golpecitos al aire. (Lea también: Más de 5.000 mujeres han sido favorecidas con sentencias de restitución de tierras).
Afirma que por miedo de cometer algunas infracciones sin orden de sus cuadros de mando lo animó a desmovilizarse de las Farc. “Nos podían hacer un consejo de guerra y eso es la muerte, si me entiende”.
Jairo a los 15 años de edad solo tenían en su mente escapar y reintegrarse a una vida digna que le diera tranquilidad. “Llegó el momento que en el pueblo hablé con mi mamá y una muchacha que conocí y que en ese transcurso quedó embarazada. Yo ilusionado por ser papá me llené de valor y abandoné el grupo en el 2007, me entregué al Ejército”.
La recuperación
Con el apoyo del Ministerio de Defensa, Jairo dice que se le hizo un protocolo de recuperación psicológica que calificó como muy dura porque su percepción de vida era diferente a la de la sociedad. “Llegué muy impulsivo, por todo era pelea y pelea”.
Sin embargo, con la ayuda psicológica se fue adaptando a la comunidad y relacionando con otras personas. “Eso fue chévere (…) un proceso de dos años”.
El perdón
Como por azar ambas historias de vida se encontraron en un programa de la Unidad de Víctimas y de la Agencia Colombiana para la Reintegración en Pasto: la de Carmen desplazada por la violencia de las Farc y el excombatiente de esa guerrilla que huyó por miedo y decepción.
Ambos un día cualquiera, porque no lo recuerdan, se conocieron con más víctimas y excombatientes para unir esfuerzos y formarse en proyectos productivos que les generara estabilidad económica a ellos y sus familias.
“Nos encontramos con las víctimas el primer día, yo me sentaba solo alejado de mis compañeros. El salón era dividido. A un lado las víctimas y en el otro los combatientes”, explica Jairo.
Por su parte, Carmen dice que un principio, desde las víctimas, había temor porque el dolor era muy grande. Sin embargo, el valor salió, como tenía que ser, desde la población reintegrada a la sociedad civil.
“A medida que avanzaban las cosas uno de los compañeros que hacía parte de reintegración se levantó y pidió perdón a todos los que estaban allí”, dice Jairo quien explica además que todo comenzó a mejorar.
“Empezamos a celebrar el cumpleaños a los compañeros. Gracias a Dios comenzamos a trabajar unidos sin hablar de guerra”, dice Carmen.
El futuro
Los espacios de formación avícola y el trabajo comunitario han animado considerablemente a quienes se han reincorporado a la vida civil y las víctimas que, en un acto de nobleza, han aceptado comenzar junto a ellos un mejor futuro.
Para Jairo el objetivo es formar una granja donde va estar la producción y comercialización de huevo. “Es un producto muy rentable. Aquí la demanda de huevo en Nariño es muy alta y la producción es baja, sin embargo, hay que tocar puertas. Vamos paso a paso”.
Por su parte Carmen piensa que a futuro la meta es ser empresaria y generar empleos a todas las personas que han decidido reintegrarse a la vida civil y también a las víctimas.