La felicidad depende de la calidad de las relaciones interpersonales. Nadie que viva en vínculos conflictivos, llenos de amargura, traición y agresiones puede vivir satisfecho con su existencia. Considero que la comunicación determina la calidad de esas relaciones. Saber hablar y saber escuchar es determinante en la construcción de un vínculo sano.
Cuando veo los diálogos públicos que se dan en el país termino seguro de que no aprendimos a comunicarnos. Veo personas tratando de imponerse, de someter con sus juicios descalificadores, de manipular al otro, pero no de generar un ambiente de comunicación fluida y efectiva que permita solucionar los problemas, lo mismo sucede en el ámbito privado, a veces estamos en relaciones con muy malos hábitos de comunicación.
Algunos tienen claros los intereses que los junta, sus limitaciones, las ilusiones que los animan, pero no saben comunicarse, porque no han aprendido a escuchar. Recuerdo cuando me formaban en la clase de acompañamiento espiritual, nos decían que lo más importante era escuchar con conciencia plena el mensaje de la otra persona, con el objetivo de entender lo que estaba diciendo y a la vez poder sentir las emociones que la movía. En los ejercicios prácticos de la clase a mí me costaba porque soy desesperado y quería que me dijeran rápido lo que sentían y muchas veces interrumpía sin necesidad. Afortunadamente la formación y la experiencia me permitieron aprender a escuchar de manera enfocada y empática.
Creo que para escuchar se requiere: Atención, sin concentrarse en quien le habla a uno es muy complicado entender el mensaje y podemos más bien terminar distorsionando lo que dice desde los prejuicios que tenemos. Apertura, abrirnos a la posibilidad de que la razón le asista a nuestro interlocutor es necesario para que fluya la comunicación. Si estamos seguros de que está absolutamente equivocado, dialogar es perder el tiempo. Acogida, aquí se trata de ser empático, de conectar con los valores, intereses y emociones que el otro tiene.