Hace más o menos treinta años, en un proceso gradual, reflexivo y sereno, fui abandonando las creencias religiosas, y al día de hoy me considero ateo (otros dirían “agnóstico”: llámese como sea, no creo que haya entidades sobrenaturales ni divinidades).
He sido abierto con este aspecto de mis creencias y he escrito sobre ellas, en particular en un libro de varios autores que se publicó en 2008 con el título Manual de ateología. Por ello, por el hecho de que mi posición al respecto es pública y conocida, varias personas me han preguntado qué opino sobre la visita del Papa Francisco.
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Creo que para responder bien a esta pregunta habría que dividirla en dos, o distinguir en ella dos aspectos. Primero está el hecho mismo de la visita y sus efectos. Y en segundo lugar, el hecho de que el Estado y las instituciones públicas se vinculen de manera tan intensa a un acto de origen religioso, haciendo incluso desembolsos presupuestales.
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En cuanto a la primera pregunta, siento que es imposible responderla sin asumir una perspectiva prepotente y de pretendida superioridad, que no voy a asumir porque no es la mía: no considero que los ateos seamos superiores a quienes tienen creencias religiosas. No veo por qué, entonces, deba yo opinar, en tanto ateo, sobre la visita de un líder religioso cualquiera.
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Opino si acaso como persona, y mis opiniones son mixtas. La visita en sí me parece un hecho grato: considero al papa Francisco un líder valioso, carismático y constructivo; y por fuera de los asuntos puramente religiosos, coincido con muchas de sus visiones sobre nuestro mundo y nuestras sociedades. Valoro, sobre todo, el hecho de que Francisco usa su liderazgo para hablar de aquello que es importante para todos, incluidos los no creyentes: el medio ambiente, la paz, la discriminación, el sufrimiento de los pobres, etc. Son mensajes que incluso un ateo debe escuchar y considerar, a menos que sea un fanático de aquellos que se niegan al diálogo (ellos se lo pierden). Ahora bien: no niego que hay aspectos de la religión y de la práctica católica que no me parecen provechosos ni conducentes, sobre todo a nivel individual (creencias sin fundamento, prácticas supersticiosas, y formalismos insinceros); pero eso lo dejo al examen de cada uno.
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Pero veamos el segundo punto. ¿Hasta dónde deben involucrarse las instituciones públicas? En esto, como en todo, creo que lo más sabio es evitar los extremismos.
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Creo, claro está, que debe haber una separación clara entre instituciones y religión (cualquiera) allí donde las instituciones exhiben su cara jurisdiccional: es decir, donde quiera que ejerzan poder, tomen decisiones y ejecuten políticas.
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Considero indebido, por ejemplo, que haya símbolos religiosos en las salas de las altas cortes, y rechazo toda discriminación y limitación de derechos sobre pretextos religiosos. Pero no creo que haya problema en que las instituciones y sus representantes acompañen a la ciudadanía en sus expresiones y sus sentires, y habría que ser demasiado ciego o fanático para no ver que la visita del Papa es un hecho crucial para una gran cantidad de colombianos.
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Como lo pueden ser otros hechos de naturaleza cultural, social, o incluso deportiva, y sería un exceso innecesario de rigor demandar que las autoridades no acompañen a la gente en dicho sentir. Incluso si esto implica algunas erogaciones moderadas. Solo a través de otro exceso innecesario de rigor se vé en esto un ejercicio discriminatorio del poder público.
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Seamos moderados, y seamos realistas: ni siquiera desde la perspectiva de un ateo puede negarse o desconocerse el hecho de que la religión, como parte de las expresiones y prácticas del ser humano, ha moldeado numerosos aspectos de nuestra cultura y de nuestra vida cotidiana. Hay ateos extremistas que piden la eliminación de los festivos religiosos: yo los exhorto a que entonces trabajen todos los domingos. Es absurdo pretender eliminar de la cultura humana y social un elemento que está ahí en virtud de un proceso de miles de años: debemos, claro, moderar el contorno de sus expresiones cuando ellas afectan o hacen daño a otros. Pero ni los festivos religiosos (que son, muchos de ellos, ya una práctica secular) ni la visita del Papa entran en dicha categoría.
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Seamos inteligentes en la lucha por el secularismo de las instituciones: el primer paso es escoger bien las prioridades de esa lucha. En el horizonte colombiano hay amenazas muy serias y graves al carácter no confesional del Estado, y son ellas las que piden nuestra atención. No el hecho, grato además, de la visita a Colombia de un líder como el papa Francisco.
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Andrés Mejía Vergnaud @AndresMejiaV
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