Lorena, una bogotana de 26 años, decidió romper décadas de silencio para relatar una de las realidades más oscuras y dolorosas: fue víctima de abuso sexual y comercializada por miembros de su propia familia desde que tenía tres años.
La joven nació en Ciudad Bolívar. Su madre, quien la tuvo a los 17 años, debía trabajar y su progenitor nunca respondió por ella. Su cuidado quedó en manos de su abuela, su tía y su mamá, pero fue en ese entorno de confianza donde comenzó la pesadilla.
El primer recuerdo de abuso lo vivió el día de su tercer cumpleaños. Un primo de su madre, de aproximadamente 20 años, la llevó a su casa, que quedaba muy cerca de la suya. Bajo el pretexto de jugar “al caballito”, se aprovechó de la pequeña de una manera “aberrante y atroz”. “Él me accedió de formas que ni siquiera tienen nombre… Yo por las ventanas veía que pasaban personas y solamente quería que llegara alguien y me sacara de ahí”, relató con la voz quebrada.
Pero el abuso no terminó ahí. Un familiar político, el padre de una de sus primas, comenzó a comercializarla. Utilizaba a su propia hija como excusa para sacar a Lorena de su casa y llevarla a diferentes lugares, donde la dejaba por horas.
“Él me llevaba a ciertas casas y ciertos lugares y me dejaba ya por horas… yo vi cómo él habló con otra persona y después se va y me deja a mí ahí”, contó. En uno de esos lugares, un garaje, recuerda haber sido llevada a un segundo piso y ser abusada por un hombre desconocido. Allí también vio a otras niñas, de entre 9 y 12 años, que formaban parte de la misma red, liderada por una figura a quien todas llamaban “el Tío”.
“Llegaban [hombres] muy bien vestidos, vestidos de paño, muy elegantes. Ellos mismos eran los que se aprovechaban de uno de maneras atroces”, denunció.
El círculo del abuso: familiares y personas de confianza
El horror para Lorena se extendió hasta los nueve años. Cuando se quedaba en la casa de sus abuelos paternos, también fue víctima de cuatro personas diferentes: su propio progenitor (padre biológico), su abuelo paterno, un tío y un amigo de la familia.
“Uno de pequeño dice: el papá debe ser el héroe de uno… y no el que puede verlo a una pequeña como una mujer”, expresó con dolor. Los abusadores utilizaban tácticas de manipulación, regalos y juegos para hacerle creer que lo que ocurría era normal o incluso su culpa. “Me hicieron a mí pensar que a mí me gustaba eso y que yo era la que buscaba eso… yo era una niña coqueta, yo era una niña creída”, relató.
El ciclo de abuso finalmente terminó a los nueve años, cuando su tía comenzó a cuidarla de manera más estable y la acercó a Elizabeth Gómez, una mujer que realizaba labor social. Fue a través de la fundación “SEA, Construyendo Esperanza y Amor para un Futuro Mejor”, establecida formalmente hace cinco años en el barrio Paraíso, donde Lorena encontró un refugio seguro y el apoyo necesario.