Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reciba notificaciones de Blu Radio para tener las principales noticias de Colombia y el mundo.
No activar
Activar

Publicidad

Sobre el salmo 91

Cuando repito sus versos, me inunda un río de serenidad que pacifica los rincones inquietos de mi alma. Meditarlo hace que un aguacero de alegría empape con cada gota cálida todo mi ser.

377075_Alberto Linero // Foto: cortesía
Alberto Linero // Foto: cortesía

Lo sé de memoria desde que hice mi primera comunión. Lo aprendí en la versión de la traducción Nácar-Colunga. Luego lo recité muchas veces en la liturgia de las horas con la que los seminaristas y presbíteros, oran todos los días. Rezarlo me llena de una confianza que me permite no tenerle miedo a las duras situaciones que a diario puedo vivir.

Cuando repito sus versos, me inunda un río de serenidad que pacifica los rincones inquietos de mi alma. Meditarlo hace que un aguacero de alegría empape con cada gota cálida todo mi ser. Lo repito al levantarme antes de disparar una serie infinita de gracias por todo lo que vivo. En algunas madrugadas, cuando despierto ante el mínimo movimiento en mi cuarto, lo digo para sentirme amado, protegido y bendecido. Nunca lo he tenido abierto en una Biblia sobre alguna de las mesas de mi casa, porque no creo en fetiches. Sí, estoy hablando del Salmo 91.

Según Herman Gunkel este salmo pertenece a los llamados “salmos sapienciales” por su tono reflexivo y didáctico sobre una de las situaciones diarias más complejas: el miedo, el temor humano. De alguna manera el salmista responde a los miedos que a diario experimentamos todos los seres humanos. El miedo que nos descontrola haciéndonos actuar de una manera irracional o nos paraliza hasta el punto de no responder a la amenaza que nos afrenta. Desde su relación íntima e intensa con Dios, el salmista nos recuerda quién es Él para nosotros y qué significa su presencia en nuestra vida. Con bellas imágenes poéticas tributarias de su escenario existencial, trata de transmitirnos la seguridad que debe generar la presencia de Dios en nosotros.

“El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo a Yahvé: Esperanza mía, y castillo mío;
Mi Dios, en quien confiaré.”

Publicidad

¿Qué digo cuando digo este primer verso del salmo? Te cuento todo lo que hay en mi corazón y en mi mente cuando lo repito con la cadencia del que ama profundamente: Habitar en Dios es la cotidianidad de quien le ama y le ha abierto el corazón para que reine. No se trata de ir a un lugar físico, se trata de estar en relación continua con Él. Habitar en Él es saberlo presente en nosotros en medio de todas nuestras andanzas; es saber que su presencia nos cobija porque llena el lugar más importante de nuestro ser y que representamos con el corazón. Está con nosotros, Él que todo lo puede, para darle sentido a nuestras acciones cotidianas.

Vivir a la sombra de Dios nos recuerda que podemos enfrentar los vientos en contra que nos impiden avanzar y que podremos vencer las tempestades que nos sacuden con fuerza, porque siempre hay un refugio en Él (Isaías 32, 2). Vivir bajo su sombra nos asegura la calidez bajo el árbol frondoso de la vida, en la que reconocemos quienes somos y no tenemos miedo de vivir auténticamente sin ninguna soberbia (Cantar de los Cantares 2, 3). Nos sentimos cobijados como el polluelo bajo las sombras de las alas de la madre, lugar en el que reconociendo nuestras posibilidades, no nos dejamos desesperar por las angustias de los problemas que como jauría depredadora nos acechan (Salmo 63,7). Nos sabemos escondidos en el cuenco de su mano, en el que nadie puede dañarnos y en el que nos sentimos preparados para la batalla de la vida (Isaías 49,2).

Publicidad

Los nombres de Dios expresan las experiencias que con él han tenido de los hombres que lo nombran, por esos son tantos, porque él es infinito y se puede vivir en diferentes momentos. El salmista junta varios de esos nombres, mostrando lo pleno que ha sido en distintas emociones, la presencia de Dios en su vida.

Estos primeros dos versículos del Salmo 91, utilizan cuatro maravillosos títulos o nombres de Dios. Lo nombran como lo hacían los patriarcas Elyon (Altísimo) que expresa a Dios como supremo, como aquel que está por encima de todo y de todos; lo cual implica que lo ha experimentado como el absoluto. También le dice Shadday (Todopoderoso), el que tiene poder para crearlo todo, para vencer a todos, para llenarnos de su amor infinito y hacernos plenamente felices. A ese que da esperanza porque es Yahveh, que me gusta entenderlo como “Yo soy el que seré” –como traduce la TOB- y que nos hace saber que el futuro es su tiempo constitutivo y lo podemos esperar y construir con esperanza, con la seguridad de que Él siempre tendrá bendiciones para nosotros. Y Elohay, es decir, el que tiene fuerza y poder para defendernos de todo y de todos.

Teniendo esa experiencia de Dios no es extraño que el salmista jadee “Esperanza mía”, “Castillo mío”, ni que quien vive esa relación intensa e íntima con Él y lo ha experimentado como quien lo defiende y cuida, clame que en Él siempre tendremos esperanza porque no defrauda. Eso no significa que sea un títere de nuestros deseos, ni que se tenga que mover al son de nuestros caprichos, pero sí que siempre permitirá lo mejor para nosotros, aunque algunas veces no seamos capaces de entenderlo así.
Me impresiona la apropiación que de Dios hace el salmista: “Mi Dios”.

Es de todos, pero en ese momento de intimidad es suyo, principalmente suyo. Así lo tenemos que vivir para que se vayan todos esos miedos que a veces nos sacuden, para que las maldades del malo no nos desestabilicen interiormente, para que los fanáticos con su lengua envenenada no nos hieran, para que los huracanes de la pobreza no nos arranquen de un tajo… Tengo que saber que es “Mi Dios”. Nadie me lo ha impuesto, sino que como Ruth soy capaz de decir tú eres Mi Dios. Es esa relación personal que permite que tengamos paz, aún en las peores tormentas. Puedo confiar porque Él me conoce y quiere lo mejor para mí. No es cualquiera, es el mío, el que me hace vibrar y creer en mí, el que me llena de ánimo y de entusiasmo para vivir diariamente. Ese es el que me protege. A ese le rezo este salmo todos los días.

Publicidad

Seguro podría compartir con ustedes todo lo que digo cuando digo el resto del salmo, pero no los quiero cansar, sólo quería que supieran por qué las oraciones de El Man está Vivo comienzan con la declaración de fe de Tomás, el mello, “Señor mío y Dios mío”. Bendiciones a todos.

  • Publicidad