Hay lugares que no se visitan, se habitan. No son solo destinos, sino paisajes de pensamiento y sensaciones. El Laberinto Macondo, en la zona rural de Santa Martaes, es uno de ellos. Un entramado vegetal monumental, inspirado en la obra de Gabriel García Márquez, que crece cada año, diseñando rutas que invitan a perderse, reflexionar y reencontrarse, parece casi mágico desde la primera mirada.
La experiencia de un amanecer junto al laberinto comienza mucho antes de que el sol asome sobre la Sierra Nevada. La quietud sólo se rompe por el susurro de las hojas movidas por la brisa.
Los senderos del laberinto, delimitados por setos vivos y caminos de tierra suave, se elevan y se bifurcan ante los viajeros como si fueran páginas de una novela que no se sabe cómo termina. Cada tramo es un descubrimiento: una curva que ofrece una vista inesperada, un claro que regala luz, una sombra que invita a detenerse y respirar.
En medio de este laberinto que parece vivo, Casa Escondida nace como refugio. Concebida con espíritu aventurero y una ética ecológica que toma contenedores reutilizados y los convierte en espacios cálidos y acogedores, la casa es parte integral de la experiencia. Diseñada desde cero con el apoyo de una arquitecta franco‑chilena, cuya sensibilidad por el lugar y sus materiales marcó cada ángulo, Casa Escondida es un apartamento de lujo incrustado en la naturaleza, donde la idea central es sentirse literalmente “escondido”, sumergido en verde, unido al latido del laberinto.
“Esto no es solo un lugar donde dormir
“Es una propuesta integral: el laberinto, el hospedaje, la gastronomía y la conexión con la tierra. Queremos que cada visitante experimente la inmersión completa, que no solo vea el lugar, sino que lo sienta en cada paso”, dijo Andrés Felipe Santiago Lozano, gerente del Laberinto Macondo.
La casa, con su estética minimalista y materiales que dialogan con el entorno, ofrece el descanso que el cuerpo reclama después de recorrer kilómetros de senderos. Imagínese despertar con la luz del alba filtrándose entre hojas, caminar hacia el laberinto con una taza de café caliente, y dejar que el día comience con un saludo al sol.
Desde las ventanas de Casa Escondida, las plantas trepadoras empiezan a colorear las fachadas, extendiendo la promesa de convertirse, algún día, en un manto verde que literalmente envuelva la estructura: casi como estar dentro del propio laberinto.
Y si el laberinto es poesía visual, la gastronomía en este lugar es poesía gustativa. Platos preparados con ingredientes locales, creatividad y respeto por lo natural acompañan cada jornada. Desayunos bajo palmeras, almuerzos con productos frescos de la región y cenas a la luz de faroles hacen que cada comida sea parte del ritual de la experiencia.
Recorrer el laberinto implica también momentos de introspección. Hay quienes caminan con música suave en los oídos; otros prefieren el silencio absoluto, escuchando únicamente el murmullo de las hojas. Algunos se encuentran en medio de una curva con frases de escritores célebres, invitaciones a pensar, a soltar, a renacer. Es fácil perderse, pero lo más sorprendente es el gusto con que uno se deja llevar, sabiendo que en cada retorno al centro hay un nuevo ángulo, una nueva historia.
La experiencia de dormir junto al laberinto es, en sí misma, un símbolo: perderse para encontrarse. Y al caer la noche, cuando las estrellas toman su lugar sobre el cielo caribeño, la quietud que se siente en Casa Escondida es otro tipo de plenitud. Las conversaciones fluyen despacio, los sonidos del campo acompañan como una música viva, y el laberinto, a la luz de la luna, parece invitar a otro recorrido, más interno, más íntimo.
Recomendaciones para vivir plenamente la experiencia
¿Cuándo ir?: Las mañanas y atardeceres son mágicos para recorrer el laberinto con luz suave. Si puede, quédese al menos una noche para vivir el cambio del día.
¿Qué llevar?: Calzado cómodo para caminar, repelente ecológico, cámara, libreta para anotar sensaciones y ropa ligera.
Gastronomía: Disfrute de cada comida como parte del viaje. Pregunte por propuestas locales y de temporada.
Actitud: Entregar el ritmo al lugar. El laberinto se disfruta sin prisa.
Conciencia ecológica: Respetar senderos, plantas y fauna; la experiencia completa depende de la salud del entorno.
Dormir en uno de los laberintos más grandes de Latinoamérica, y vivirlo desde adentro, descendiendo por curvas de verde, tomate amaneceres en silencio y sentir la tierra como un abrazo, no es solo turismo: es un recuerdo que se escribe desde el corazón.