"Llamemos las cosas por su nombre": editorial de Ley del Montes mayo 27
Editorial de Óscar Montes en Vive Barranquilla.
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Todas las cosas tienen un nombre. O si se quiere: todas las palabras tienen un significado. Ese es uno de los encantos que tiene –entre otros- nuestro querido idioma español. Blanco es distinto a negro. Alto es diferente a bajo. Frío significa algo y caliente es todo lo contrario. Pero cuando no queremos llamar las cosas por su nombre –por razones políticas o por simple cobardía- nos valemos de los llamados eufemismos. Es decir, recurrimos a las ambigüedades, los rodeos, las indirectas, los tapujos…
Los periodistas decimos –por ejemplo- que el Gobierno decidió “reajustar el precio de la gasolina”, cuando deberíamos afirmar que el Gobierno aumentó el precio de la gasolina. Al Ministro de Minas-por supuesto- le gusta mucho más que digamos que el precio del combustible fue reajustado y no que fue aumentado o incrementado. Parecen lo mismo pero no lo son.
Por cuenta de los eufemismos, ya en Colombia no hay delincuentes o bandidos, sino “polémicos empresarios”, cuando nos referimos a vulgares estafadores.
En la Colombia de hoy no se habla de secuestrar, sino de retener, como si fuera lo mismo. Y resulta que significan distinto. Retener es suspender, es estancar, es detener, es contener, es reprimir. Y secuestrar es otra cosa bien distinta. El secuestro es un delito que consiste en privar de la libertad de forma ilícita a una persona, o a un grupo de personas, durante un tiempo determinado, con el objeto de obtener un rescate o el cumplimiento de otras exigencias en perjuicio de los secuestrados o de terceros. Quienes cometen el delito de secuestro se llaman secuestradores.
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El Código Penal Colombiano contempla los delitos de secuestro extorsivo y secuestro simple. El primero de ellos se refiere al ocultamiento de una persona “con el propósito de exigir por su libertad un provecho o cualquier utilidad, o para que se haga u omita algo, con fines publicitarios o de carácter político”.
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Así las cosas, el necesario aporte del Ejecutivo en pro de la claridad de nuestro lenguaje es empezar a llamar las cosas por su nombre, porque sólo de esta manera es objetivo y cumple con el deber constitucional de proteger a todos los ciudadanos en su honra, bienes e integridad personal. Ya está bueno de eufemismos.