Han pasado cuatro décadas desde el 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando un comando del M-19 irrumpió en el Palacio de Justicia en el centro de Bogotá, en lo que el grupo insurgente llamó la “Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre”.
Aquel ataque, que pretendía someter al presidente Belisario Betancur a un “juicio político”, terminó en una de las tragedias más dolorosas y controvertidas de la historia colombiana: la toma y posterior retoma del Palacio, que dejó más de 80 muertos, entre ellos 11 magistrados de la Corte Suprema, decenas de desaparecidos y una huella imborrable en la memoria del país.
En diálogo con Blu Radio, el general (r) Óscar Naranjo, entonces un joven capitán de la Policía, recordó aquellos días con tono sereno, pero con la carga emocional de quien vivió la tragedia de cerca. “Fue uno de los momentos más trágicos, más tristes que ha habido en la historia de Colombia, y un momento que todavía no se supera”, afirmó.
Naranjo reveló que meses antes de la toma ya existían alertas sobre posibles atentados. Desde la Dirección de la Policía Judicial (DIJÍN), investigó amenazas provenientes del narcotráfico contra los magistrados, particularmente de Pablo Escobar.
“Descubrimos una red al servicio de Rodríguez Gacha que interceptaba las comunicaciones de los magistrados. A raíz de eso, elaboré un estudio de seguridad para el Palacio de Justicia”, contó. Ese informe incluía recomendaciones sobre control de accesos y comunicaciones internas, pero “nunca se implementó por razones administrativas”.
El general también relató cómo, irónicamente, un día antes de la toma fue retirada la seguridad reforzada que protegía el Palacio. “Al día siguiente, el M-19 incursiona… y se produce el desenlace fatal con la muerte de los magistrados y de muchas personas que estaban allí”, recordó.
En lo personal, el episodio lo marcó profundamente. Uno de sus amigos más cercanos, el capitán Aníbal Talero, murió carbonizado durante la retoma. “Solo encontraron su reloj fundido… fue lo único que permitió identificarlo”, relató conmovido.
A 40 años de los hechos, Naranjo considera que Colombia no ha aprendido todas las lecciones del Palacio. “El país debió generar un mea culpa para entender que los problemas no se resuelven solo con el uso de la fuerza. La tragedia del Palacio debería enseñarnos que la vida está por encima de cualquier consideración”, reflexionó.
El exvicepresidente insistió en que la verdad sigue siendo una deuda pendiente: “Interrumpir los procesos de verdad es un gran error. Las heridas solo se curan con la verdad”. Y concluyó con una advertencia vigente para la Colombia actual: “En una democracia, los militares y policías deben ser conducidos por la autoridad civil. Nunca puede haber un momento en el que la fuerza esté por encima del Estado de derecho”.
Cuarenta años después, el eco de las llamas del Palacio de Justicia sigue recordándole al país que la violencia y la ausencia de verdad siguen siendo heridas abiertas en la historia nacional.