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Madre de joven asesinado en falsos positivos denuncia diez años de amenazas

La situación económica precaria obligó a la madre de Estiven a esperar más de un mes para traer el cuerpo de la víctima y darle cristiana sepultura en Bogotá.

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BLU Radio, Falsos positivos / Foto: referencia AFP
MAURICIO DUENAS/AFP

Cómo voy a saber que los restos que me van a entregar son los de mi hijo. Eso fue lo que yo tuve en mi vientre; fue lo que parí”, recuerda María Sanabria, madre de Jaime Estiven Valencia Sanabria, quien desapareció el 6 de febrero de 2008 en Soacha, Cundinamarca, y que en octubre del mismo año apareció en Ocaña, Norte de Santander, muerto, supuestamente, en combates con el Ejército.

La mujer dice que su hijo desapareció a las 11:00 de la mañana de ese 6 de febrero y desde ese momento duró tres días asomándose por la terraza de su casa. Desconsolada y sin respuestas esperaba que su hijo apareciera para darle la bendición, pero nunca llegó. 

Pasaron ocho largos meses de búsqueda de  su “criaturita”, como le dice, y entonces un 25 de septiembre le llamó su otra hija desde Valledupar diciéndole que en las noticias estaban diciendo que los muchachos desaparecidos en Soacha estaban apareciendo en fosas comunes en Ocaña. 

Fue tal la angustia de doña María que decidió ir a la Fiscalía y viajar a Ocaña, en donde efectivamente encontró a su hijo, de tan solo 16 años, en una fosa común y señalado de ser un guerrillero dado de baja en medio de combates, afirmación que ella no podía creer. 

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“Cuando yo llegué a Ocaña llevaba los documentos del niño. Entré a la Fiscalía y un fiscal me dice: usted viene por uno de los guerrilleros que el Ejército tuvo que matarlo. Le dije que no, que venía por Jaime Steven Valencia Sanabria”, narra con indignación porque el buen nombre de su familiar fue manchado.

Vea aquí: Tras diez años, la muerte de mi hermano está impune: víctima de falsos positivos

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La situación económica precaria obligó a la madre de Estiven a esperar más de un mes para traer el cuerpo de la víctima y darle cristiana sepultura en Bogotá. 

-Las amenazas 

La madre de este joven dice que desde el momento en que empezó su lucha para que la muerte de su hijo no quedara en la impunidad empezaron las amenazas contra su vida. 

Me amenazan dos tipos en moto. Se baja el parrillero y me pega contra la pared. Me dice que no denuncie si no quiero aparecer como quedó mi hijo”, cuenta mientras se le hace un nudo en la garganta. 

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Dice que ese miedo lo ha vivido durante 10 largos años. “Yo no puedo escuchar una moto o algo que venga a la espalda mía porque es horrible”. 

Cuenta, además, que las amenazas le han llegado por teléfono, mensajes de texto y que de hecho le tocó quitar el teléfono de la casa porque no la dejaban dormir, ya que a cualquier hora de la noche le decían que la iban a asesinar sino se callaba. 

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“Ahora, parece que van a ver audiencias y es terrible porque me molestan demasiado. Me dicen  acuérdese vieja que tiene cita, pero en el cementerio. Me han hecho la vida a cuadritos”, narra. 

Dice que en medio de esa búsqueda de justicia le han asesinado tres veces.

Primero, cuando se desaparece mi hijo. Segundo, lo asesinan; y tercero, me niegan el derecho a la justicia. El Gobierno se ha encargado de negarme ese derecho”. 

No entiendo cómo se puede traficar con la vida

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La señora Sanabria, a pesar que han pasado 10 años, no sale del asombro y señala que no puede entender cómo puede haber gente que negocie con la vida de un niño como el suyo, que estaba estudiando, a quien le gustaba el inglés, la naturaleza y que soñaba con ser cantante o veterinario. 

“El reclutador, incluso, dice que a él le pagaron un millón por el niño. Yo no sé cómo gente tan inescrupulosa hace una cosa de esas, negocian con la vida. Son traficantes de vida”, dice. 

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Sobre si habrá justicia en el caso de su hijo, esta madre desconsolada dice que no la habrá porque “los mismos jueces aplazan las audiencias y los 12 militares que están en el caso nunca van”.

Yo creo que no voy a haber justicia”, asevera.

El único consuelo que le queda a esta madre después de una década son los recuerdos porque para ella basta con cerrar los ojos y ver su niño con su “risa picarona frente al espejo” haciéndole muecas.

 

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