Quibdó en cuidados intensivos, parte 4: Salomé, al rescate de una bebé
Entre la precariedad y los gritos de auxilio, una pequeña indígena de dos años se ha convertido en luz para seguir luchando por mejor calidad en la salud chocoana.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Un día llegó Ricardo Isaramaza, joven indígena embera del municipio de Puerto Meluk en el Medio Baudó al centro médico Santiago, en Quibdó. Con él, iba su esposa a un proceso de parto, pero el estado no era el mejor, tenía problemas respiratorios que hicieron que estuviera hospitalizada durante varias semanas.
Después de lidiar y cargado de paciencia, notó que en vez de mejorar, se empeoraba, los episodios de dolor eran tan fuertes que él solo pedía la trasladaran a Medellín. Porque el riesgo de morir era muy alto, y junto a ella, la bebé que estaba en camino.
Pero la travesía fue propia de los chocoanos, transitar selvas y mirar al cielo porque en cualquier momento se venía un aguacero. Conseguir una lancha hasta cierto punto del Baudó, luego, buscar unos pesos y lograr transporte en otra lancha, en medio de la incomodidad y el llanto envuelto de lamentos de su esposa. Dejar a sus otros hijos en el resguardo, confiando en que sus conocidos los protegieran.
“El transporte desde Pizarro (casco urbano del Bajo Baudó y punto de partida para salir de la zona), es muy lejos, es complicado. Llegamos a Meluk, luego al San Francisco en Quibdó. Ella estaba en embarazo y se complicó, se hinchó, la enviaron a la Clínica Santiago, pero no la llevaron a Medellín en ese momento. Después de muchos días le hicieron unas operaciones en los pulmones, pero llegó muy tarde”, cuenta el hombre recordando a su primera esposa.
La mujer fue llevada al Hospital San Francisco, el más grande de la capital del Chocó, allí, fue una tarde de sábado cuando, según recuerda Rosa, la terapeuta que recibió a la familia, que notó que la joven encinta estaba en las últimas, que la realización de una intervención quirúrgica era urgente. Fue hospitalizada nuevamente por esos problemas en los pulmones que estaban obstruidos y el aire no era más que el que le permitía inflar el pecho para hacerse entender que aún estaba viva.
“Estaba en turno y fui a atender a la mamá de la niña, de esas historias que se encuentran en el San Francisco. Llegó para su proceso de parto, tuvo la bebé, pero ella estaba bastante enferma. No alcanzó a tener contacto con la hija, fui a atenderla, pero estaba en mal estado”, relata la mulata que luego se convertiría en una especie de heroína en la historia de donde la protagonista sería bautizada como Salomé.
Pasaron dos meses en estado crítico, aguantando el parto, hasta que por fin, el sistema de salud colombiano le entregó una remisión para ser trasladada a Medellín, en un centro que sí tuviera los elementos y equipos médicos que debería tener, al menos, un centro hospitalario de Quibdó, pero que no los tiene. Siete horas en carretera por vías deterioradas. Al llegar a la capital antioqueña, ya era tarde, los médicos, por más que trataran encontrar solución, no lo lograron. ¡Había pasado mucho tiempo!
Publicidad
Pero Salomé respondió, nació con bajo peso y reducida talla, pero sana. No padeció los problemas que enfrentó esa mamá que nunca podrá conocer. Mientras tanto, Ricardo, conmovido por la noticia, tuvo que quedarse en Medellín mientras vivía otro episodio en una película de terror. Enfrentar la muerte y acarrear lo que eso conlleva, en un país donde nacer cuesta dinero, y el valor de la muerte es mayor.
Rosa, la terapeuta que vio nacer a la pequeña Salomé, asumió las riendas de una nueva crianza. Mientras el padre solucionaba esos problemas que parecían destruirlo, se quedó cuidando a la niña. Su hermana, sus familiares y algunos conocidos, le llevaban pañales, le preparaban su tetero y la alimentaban buscando que dejara la escualidez con la que fue parida.
A papá Ricardo se le murió hasta el bolsillo. Pero la responsabilidad de sacar a sus hijos huérfanos de madre fue más importante que el dolor. Lo que nunca imaginó fue qué hacer para darle vida a una recién nacida en medio de la selvática zona del espacio rural de Puerto Meluk.
Publicidad
Un nuevo hogar
La familia Perea adoptó a la pequeña Salomé, una niña con ojos achinados y pelo lacio que de a poco, fue logrando un espacio en la casa de la terapeuta de su mamá, en el hogar de la mujer que intentó salvarle la vida, pero que no lo logró por falta de herramientas en una capital en la que morir es pan diario y vivir es más que un milagro.
Hoy, Rosa María solo habla de un regalo para la niña de balbuceos queriendo cantar. “El regalo que queremos darle a Salomé es una educación, que no sea una estadística más de una indígena que nació sin posibilidades, desnutrida, eso no. Ojalá que a la niña todo le salga bien, hace parte de nuestra familia”.
Y es que en Quibdó la gente sabe quién es Salomé, dice su mamá adoptiva que es “tremendísima”, mientras la pequeña mueve sus manos y no se queda quieta en los brazos de la mujer que la recibió como si fuera un retoño propio, y que luego, se transformaría en el símbolo del quibdoseño que aún, en medio de los escases, multiplica el amor, aunque un estado indolente aún no comprenda la dimensión del abandono que a veces tiene luces de horror.
“Los chocoanos somos solidarios, tenemos el corazón grande a pesar de los problemas, nos apoyamos sin importar si su raza es blanca, negra o indígena. Tenemos mucho amor a los niños, los cuidamos, amamos a los niños, por eso nos duele tanto que mueran niños por enfermedades que no tienen por qué morir, por desnutrición, enfermedades respiratorias, por cosas que no tienen que pasar”.
“A pesar de todas las vicisitudes, hasta ahora, es una historia feliz”, concluye Rosa con una sonrisa y una lágrima de nostalgia, repitiendo muchas veces que nunca puede acostumbrarse a la muerte, que nunca perderá la esperanza de ayudar a vivir.
Ricardo formó un nuevo hogar, ahora vive con una indígena que le acompaña a trabajar en el campo, que cuida a sus pequeños y a Salomé la ve por ahí dos veces al año. Esta vez coincidimos, y me contó la historia, mientras adelanta los papeles para que Rosa, logre una custodia consensuada, y que la niña tenga un futuro diferente en una ciudad que pese a la pobreza, tiene más puertas que la misma selva del Chocó.
Publicidad