
Es en la incertidumbre cuando se fortalece nuestra confianza y esperanza
La incertidumbre nos recuerda que no somos dueños del tiempo ni del destino, que somos caminantes, no arquitectos del futuro.

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Cuando suceden cosas trágicas, inesperadas, difíciles de comprender, agradezco la incertidumbre que tenemos los seres humanos ante el futuro: no sabemos qué va a pasar y eso, aunque no lo creamos, es muy útil para nosotros. ¿Se imaginan lo aburrido y complejo que sería vivir sabiendo que nos vamos a morir tal día o que la próxima semana va a morir alguien que queremos mucho?
La incertidumbre, aunque incómoda, nos protege del agobio de saberlo todo. Nos permite vivir el presente con más libertad, sin estar constantemente anticipando dolores que aún no han llegado o que tal vez nunca llegarán. Es verdad que a veces quisiéramos tener certezas absolutas, respuestas claras, un mapa sin curvas; pero la vida no funciona así. Tal vez, gracias a eso, podemos levantarnos cada día con la esperanza de que algo bueno va a pasar.
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He aprendido que no tener el control absoluto no es una debilidad, sino una forma de humildad existencial. Nos recuerda que no somos dueños del tiempo ni del destino, que somos caminantes, no arquitectos del futuro. En ese camino lo que vale es cómo vivimos hoy, cómo amamos hoy, cómo cuidamos lo que tenemos aquí y ahora.
Sí, la vida tiene sobresaltos, pero también tiene sorpresas bellas. La incertidumbre es la puerta por la que entran los milagros cotidianos: ese encuentro inesperado, esa solución que no veíamos venir, esa fuerza que aparece justo cuando creíamos que ya no podíamos más.
No saberlo todo es una forma de vivir abiertos. Abiertos a cambiar de planes, a reinventarnos, a descubrir. En medio de esa neblina del “no sé”, se fortalece la confianza, la esperanza, la capacidad de adaptarnos sin perdernos.
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Por eso hoy no quiero quejarme por lo que no entiendo, ni angustiarme por lo que no sé. Prefiero abrazar esta incertidumbre como un espacio de posibilidad, como un llamado a confiar más, a vivir más presente, a valorar lo que tengo sin exigir garantías. Porque la vida, con todo y su misterio, sigue siendo el regalo más maravilloso que tenemos.