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Necesitamos más compasión y menos rechazo a los migrantes: nadie deja su casa por diversión

Ayer 139 personas murieron, tapizando con sus cuerpos inertes un espacio cercano a las costas de Libia, en el mar Mediterráneo.

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Alberto Linero
Foto: cortesía

Las historias se repiten. Hombres y mujeres dejan su hogar presionados por la pobreza, por la falta de oportunidades, por el hambre y la violencia, e inmigran a otros países con la esperanza de poder realizar de la mejor manera su proyecto de vida.

Para muchos, ese sueño termina siendo una pesadilla. Ayer 139 personas murieron, tapizando con sus cuerpos inertes un espacio cercano a las costas de Libia, en el mar Mediterráneo. Iban en una barcaza de goma que se fue desinflando poco a poco, sin que nadie los ayudara a pesar de sus desesperados llamados de auxilio.

El papa Francisco conmocionado por este macabro suceso dijo: "Son personas. Son vidas humanas que durante dos días han estado implorando ayuda en vano. Una ayuda que no llegó. Hermanos y hermanas, preguntémonos todos sobre esta enésima tragedia. Es el momento de la vergüenza" cierro cita. Claro que es una vergüenza. Es la expresión de la indiferencia humana frente al otro que sufre.

Pero también nosotros aquí en nuestro país escuchamos y leemos las historias de cientos de hermanos venezolanos que caminan días enteros, en las peores condiciones, por nuestras carreteras buscando encontrar una mejor situación. Ayer David Smolansky, opositor venezolano tuiteaba: "Lamentablemente hemos confirmado otro naufragio con refugiados venezolanos. Zarpó el jueves en la noche desde La Horqueta (estado) Delta Amacuro hacia Trinidad y se hundió en Boca de Serpiente (costa venezolana). Al menos han fallecido 3 personas, entre ellas un niño, y hay desaparecidos” cierro cita.

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Igualmente encontramos dolorosos relatos que viven los hermanos centroamericanos que emigran hacia Estados Unidos. Es una realidad que no se soluciona con violencia de muros que se cierran, o violencias particulares que los marginan, ni fuertes leyes que no les permitan entrar. Estoy seguro que nadie deja su casa, todo lo suyo por diversión, y que siempre salir del propio territorio obligado es un desgarramiento interior.

Creo que las decisiones tienen que ir por el sendero que planteaba la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, en una entrevista emitida ayer: generar acciones que permitan dar a los habitantes de esos países la “esperanza” de un futuro mejor si se quedan. Responder a la pregunta sobre “cómo hacerlo” es el reto que tienen los líderes de los países más desarrollados del mundo. Mientras tanto, tú y yo necesitamos más compasión y menos rechazo al otro, más lucha por condiciones dignas de vida y menos indiferencia.

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