El bochinche del abanderado de los Juegos Olímpicos
Editorial de Óscar Montes en Vive Barranquilla.
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En Colombia hasta la escogencia del portador de la Bandera Nacional durante la inauguración de los Juegos Olímpicos Río 2016 termina en un bochinche de marca mayor. Ya ni el deporte nos une, como ocurría en el pasado con los triunfos de nuestros boxeadores, como Kid Pambelé, que nos puso a madrugar a todos cuando enfrentó a León Furuyama; o los de Rocky Valdés contra Monzón.
El ciclismo también nos unió en una sola bandera a los colombianos, cuando dimos pedalazos al lado de Lucho Herrera en el Tour de Francia o en la Vuelta a España. Lo mismo ocurrió cuando les metimos cinco goles a los argentinos en Buenos Aires en tiempos del Pibe Valderrama, Óscar Córdoba y el Tino Asprilla, entre otros.
La historia es la siguiente: uno de los patrocinadores del Comité Olímpico Colombiano (COC) es la multinacional telefónica Claro, que lanzó el concurso “El abanderado Claro” para que sus clientes escogieran al deportista que debía portar nuestra bandera. El elegido fue el gimnasta Jossimar Calvo, quien derrotó –entre otros- a la atleta Catherine Ibargüen. Calvo obtuvo 105 mil votos, mientras Ibargüen logró 55 mil votos, entre los clientes de Claro.
Ibargüen –patrocinada por Movistar, la otra multinacional de telefonía móvil- puso el grito en el cielo y denunció que su exclusión se debió al hecho de tener el respaldo de la competencia de Claro. Y ahí fue Troya.
La comercialización del deporte ha llevado al extremo de que nuestro abanderado olímpico debe ser escogido por los clientes de una firma patrocinadora. ¿No existe en Colombia –dentro del Comité Olímpico Colombiano- un grupo de deportistas capaces de seleccionar por méritos a nuestro abanderado? ¿Debe dejarse todo a manos de los patrocinadores que –por supuesto- sabrán sacar provecho comercial de las actividades de nuestros deportistas? ¿Era necesario someter a la delegación olímpica a este desgaste?
A este paso, hasta la propia bandera nacional tendrá al lado del escudo y justo al lado del cóndor de los andes, el logo de una gaseosa, o el de un fabricante de carros, o el de un fabricante de cigarrillos. Y hasta allá tampoco se puede llegar. Ahí como decían nuestras abuelas: ¡bueno es culantro, pero no tanto!