Jóvenes resisten a la violencia y transforman el alma de Villatina y Robledo

Al oriente de Medellín, entre calles estrechas y empinadas está Villatina, aquella comuna en la que hace 31 años una avalancha de tierra les arrebató la vida a más de 300 personas y desapareció a otras 200.

Pero la naturaleza no ha sido la única huella de dolor. Las calles de Villatina y de La Sierra, barrio ubicado unos kilómetros más arriba, se han teñido de sangre por décadas; sus esquinas huelen día y noche a droga y peligro. 

Una de ellas es el centro de disputa para los combos del sector, y allí, entre La Libertad y El Salvador vive “Candelo”. Él, con pecas color marrón, cabello rubio y una sonrisa que combina con su atuendo, nació y creció en medio del conflicto armado de la comuna 8.

“Parte del ADN de nuestra comuna es la violencia y mi vida no fue tan diferente a la del resto de chicos que viven en el territorio. Pertenecí al conflicto porque yo no veía más allá de tres cuadras y una esquina, esa era mi vida…”, así describe Candelo lo que fue su niñez y adolescencia.

Con una familia disfuncional y un padre paramilitar, Candelo tomó las armas y las drogas como la esencia de su vida. Tres años en una correccional no fueron suficientes para buscar otros rumbos. Pero esa jaula fue tocada por el Hip Hop, la música y dos amigos que le dieron un giro a todo.

Junto con “El Saca” y “El Orejas”, emprendió una escuela de baile y de canto, un trío que empezó a halar jóvenes con sus mismas realidades y hoy 15.000 de ellos traspasan esas fronteras y se empoderan de su territorio para buscar nuevos sentidos.

“Tú no naces en el mundo por nacer. Tienes un legado y naciste para dejar una huella…”, dice Candelo.

A un extremo de la comuna 8, alrededor de otras 150.000 personas viven bajo un panorama similar. Robledo, la comuna 7 de Medellín, está rodeada de plazas de vicio, oprimida por la violencia y manchada por la muerte.

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Y aunque allí no hay un Candelo, un Saca o un Orejas, sí hay un colectivo de estudiantes que trabajan desde un mismo lema: generar conciencia y construir nuevos escenarios a partir del conflicto que los rodea.

Sebastián Barragán, Cristina Monsalve, Juan Argaéz y otros jóvenes se han tomado las calles de su territorio y las han convertido en lugares comunes, en espacios de diversión y entretenimiento.

Canchas improvisadas, murales y artesanías han sido creadas por esos jóvenes que con resiliencia matizan de colores a la oscuridad y el temor.

“Para nadie es un secreto que este es un sector asediado por grupos ilegales, que es un corredor vial para armas, drogas y para personas. Esto ha convertido a Robledo en un fortín. Pero somos los jóvenes los que le estamos poniendo el pecho a ese conflicto y eso lo que nos mueve… buscar otras posibilidades”.