Por primera vez este jueves el exdirector del FBI James Comey, despedido hace un mes por Donald Trump, testificará sobre la incómoda relación que mantuvo con el presidente estadounidense a propósito de la trama de la injerencia rusa que acosa al mandatario, lo que ha levantado una expectación propia de una "Super Bowl".
Hasta ahora -por medio de filtraciones- los estadounidenses han conocido que Comey veía a Trump como un pretendiente impertinente, que no dejaba de cortejarle con el supuesto objetivo de que dejara de lado la investigación sobre la posible coordinación del Kremlin con su campaña para afectar el resultado de las elecciones.
Este jueves, los estadounidenses podrán escuchar por primera vez de boca de Comey su versión de aquel flirteo incómodo con un funcionario policial que debe mantener su independencia del Ejecutivo fuera de toda duda y cuyo mandato de 10 años también tiene que transcender presidentes.
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Hasta ahora el público se ha tenido que contentar con los detalles más sórdidos de una relación complicada, como cuando -aseguraba un amigo de Comey- el funcionario se intentó confundir con las cortinas en una recepción en la Casa Blanca para evitar muestras públicas de cercanía con Trump o cuando le dijo al fiscal general, Jeff Sessions, que no le dejara a solas con el presidente.
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La incógnita es ver si Comey echa a Trump a los leones acusándole de alguna manera de obstrucción a la Justicia o si por el contrario se limitará a apuntalar su reputación de independencia sin comprometer al mandatario.
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Los senadores del Comité de Inteligencia del Senado podrán interrogar a Comey, que se convirtió en director del Buró Federal de Investigación (FBI) con el presidente Barack Obama en 2013, sobre sus interacciones con Trump, quien ha llegado a decir que su despido se debió en parte a la "cosa rusa", lo que ha elevado las peticiones de que se inicie un proceso de juicio político.
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Según fuentes consultadas por medios estadounidense, Comey no dará indicios irrefutables de que el presidente cometió obstrucción a la Justicia, que podrían usarse para dar al traste con la presidencia antes de tiempo con un proceso de destitución.
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Comey debe explicar el contenido de una conversación en la que el presidente, según sus notas, le dijo en febrero: "Espero que te des cuenta que debes olvidar esto", en relación a la investigación de Michael Flynn, el dimitido asesor de seguridad nacional, que habló de levantamiento de sanciones con el embajador ruso en Washington y recibió dinero de Rusia para asistir a una cena pública en Moscú con el presidente ruso Vládimir Putin en 2015.
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Los canales de noticias y medios digitales retransmitirán desde las 10 de la mañana la audiencia, durante la que se espera que Trump replique a Comey a través de Twitter, algo que a buen seguro tiene a los responsables de comunicación de la Casa Blanca mordiéndose las uñas por las repercusiones legales que ello puede suponer.
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Bares y restaurantes tienen previsto eventos especiales en el politizado Washington, incluido el Union Pub, que invitará a rondas de cerveza cada vez que Trump responda a Comey por Twitter.
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Los que no sucumban a la ebriedad conocerán de boca de Comey si Trump está más cerca de un juicio político, que no obstante no puede abrirse sin los votos del Congreso, controlado por los republicanos.
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Los senadores, principalmente los demócratas, liderados por Mark Warner, intentarán obtener una confirmación de que Comey fue presionado por Trump, algo a lo que hoy la cúpula de inteligencia se resistió a comentar en una audiencia en el Senado.
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El republicano y presidente del Comité de Inteligencia Richard Burr, que ha mantenido un perfil moderado en el "Rusiagate", tendrá la tarea de conciliar partidismo y la obligación de dar a conocer los acontecimientos que desembocaron en el despido de Comey, algo inusual que escandalizó también a los legisladores conservadores.
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El fulminante despido de Comey, el 9 de mayo, del que el susodicho se enteró al ver las caras de sus subalternos mientras los televisores proyectaban la noticia a su espalda, desencadenó un proceso que culminó con la elección el 17 de mayo de Robert Mueller como fiscal especial para investigar la injerencia electoral rusa.
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La designación del que fuera director del FBI durante 12 años como fiscal especial fue una mala noticia para Trump, ya que es una persona con reputación de independencia que tendrá más poderes para examinar los contactos del Kremlin con el equipo del presidente, que se han ido conociendo con cuentagotas y podrían ser una bomba de relojería.