“Amarre a los pelados”: relato de una familia que sobrevivió en Armero por una falla en el carro
El padre de familia relató que, cuando intentó huir hacia Guayabal, la dirección del vehículo estaba invertida, siendo eso, lo que le salvo la vida.
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A cuarenta años de la tragedia de Armero, las historias de quienes lograron sobrevivir siguen estremeciendo a Colombia. En Sala de Prensa Blu, una familia recordó cómo un simple error en la dirección de su camioneta cambió el rumbo de su destino aquella noche del 13 de noviembre de 1985, cuando una avalancha sepultó el municipio tolimense y dejó más de 25 mil muertos.
Entre lágrimas y silencios, los sobrevivientes revivieron los minutos más largos de su vida. El padre de familia relató que, cuando intentó huir hacia Guayabal, la dirección del vehículo estaba invertida. “Yo salía para el norte, pero la camioneta me salió fue al sur. Ya no había tiempo de hacer nada, estaba llena de gente. Arranqué como fuera”, contó. Ese error mecánico, que días antes había parecido una molestia menor, terminó llevándolos lejos del epicentro del desastre.
Mientras la avalancha arrasaba con todo a su paso, el hombre recuerda haber visto el lodo “subiendo como una montaña viva”. Con voz quebrada, su hijo, que entonces tenía solo siete años, recordó la escena que lo marcaría para siempre: “Mi papá tenía una manila, y mi mamá le preguntó para qué. Él respondió: ‘Amarre a los pelados, amárrese usted y me amarro yo, que nos encuentren a todos’”.
La familia logró refugiarse tras una casa de concreto, aferrándose a la esperanza y a la fe. “Mi papá dijo ‘Virgen Santísima, sálvenos’, y un poste de luz detuvo el barro justo frente al carro. No nos tocó. Yo siempre digo que fue un milagro”, relató la hija, aún conmovida.
Aunque sobrevivieron, la huella emocional fue profunda. “Dejé de ir a la iglesia por un tiempo, dejé de creer. Era difícil entender por qué unos se salvaron y otros no”, confesó uno de los hermanos. Con el tiempo, dicen, comprendieron que “la misericordia de Dios fue infinita”.
La tragedia también interrumpió el legado deportivo de Armero, conocido por su destacada escuela de pesas. Hoy, jóvenes atletas entrenan entre goteras y barras oxidadas, pero con la misma pasión de sus antecesores. “Si ellos pudieron en peores condiciones, nosotros también”, dice Emily, una adolescente que sueña con ser medallista olímpica.
Elí, entrenador veterano y sobreviviente, lo resume con orgullo: “A mí me desperdiciaron, no aprovecharon mi sabiduría, pero verlos levantar pesas es mi recompensa”.
Cuarenta años después, el barro se secó, pero las historias como la de esta familia y los deportistas de Armero siguen recordándole al país que, incluso en la tragedia, la vida insiste en abrirse camino.
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