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La alocución de Belisario Betancur durante la toma de Palacio de Justicia

El entonces presidente de Colombia Belisario Betancur se dirigió al país en una alocución televisada.

En noviembre de 1985, durante la toma y retoma del Palacio de Justicia, el entonces presidente de Colombia Belisario Betancur se dirigió al país en una alocución televisada. (Fotos y videos: Así reportaron los medios la toma del Palacio de Justicia)

 

Betancur, quien en 2015 pidió perdón por las omisiones que pudo cometer su Gobierno por estos hechos, con voz pausada llamó en su momento a no perder la esperanza en esas “horas dolorosas”. Vea también: (Perdón de Belisario Betancur es muy bien recibido por las víctimas, dice MinJusticia)

 

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"Lo primero que les pido a mis conciudadanos, en este momento, es que compartan con el gobierno la firmeza, la serenidad y sobre todo los sentimientos de solidaridad y la comprensión frente a las inocentes víctimas directas e indirectas de lo que ocurrió ayer y hoy para infortunio de todos; para verlo como algo que, al final, servirá para cimentar aún más la idea de que lo primero que necesita Colombia es el espíritu de convivencia, en el sentido de respetar y proteger conjuntamente la vida, honra y bienes de todos", dice el mandatario.

 

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Discurso completo del Presidente Belisario Betancur Cuartas

 

 Buenas noches, colombianos: Me dirijo a mis compatriotas, sin una sola excepción, para decirles palabras de aliento, palabras de esperanza, palabras de fe en esta hora dolorosa de tan dura prueba para nuestra querida patria. Sé que esa fe y esa esperanza pueden haber disminuido en algunos, al ver la respuesta negativa de ciertos grupos a la mano tendida para trabajar por el engrandecimiento de Colombia, si bien la han aceptado otros grupos guerrilleros con quienes se suscribieron también acuerdos que se están ejecutando para la consolidación de esa paz tan anhelada.

 

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 Lo primero que les pido a mis conciudadanos, en este momento, es que compartan con el gobierno la firmeza, la serenidad y sobre todo los sentimientos de solidaridad y la comprensión frente a las inocentes víctimas directas e indirectas de lo que ocurrió ayer y hoy para infortunio de todos; para verlo como algo que, al final, servirá para cimentar aún más la idea de que lo primero que necesita Colombia es el espíritu de convivencia, en el sentido de respetar y proteger conjuntamente la vida, honra y bienes de todos.

 

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Desde el primer momento de esta terrible situación me comuniqué con los señores ex presidentes de la República, doctores Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo, Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay Ayala; hablé con los candidatos presidenciales, doctores Virgilio Barco Vargas, Álvaro Gómez Hurtado y Luis Carlos Galán; y con directivos del Congreso, a todos los cuales expuse con serenidad la manera como se estaban desarrollando los acontecimientos en el Palacio de Justicia de Bogotá, y la injusta retención de los honorables magistrados de la Corte Suprema de Justicia, del Consejo de Estado, funcionarios y aún visitantes. Y de todos, absolutamente todos, lo mismo que del Senado de la República y la Cámara de Representantes, instituciones que han seguido funcionando en medio del dolor, recibí voces de gran claridad en el sentido de apoyar la decisión de buscar soluciones que garantizando la vida de los protagonistas y garantizándoles jueces imparciales, invocara su reflexión para que depusieran las armas.

 

 Igualmente, desde el primer momento tomé contacto con compatriotas que ofrecen credibilidad a los guerrilleros, a fin de que les hicieran reflexiones a la comprensión, para no proseguir este absurdo camino que desgarra a nuestra querida patria. Hice lo mismo con gentes de la radio para que, a través de las cadenas de emisoras se invitara a esa reflexión, a pensar en el bien de nuestros conciudadanos. Sea este el momento de agradecer a los medios de comunicación la forma ponderada, tranquila y patriota como han venido llevando a la Nación y al mundo, el detalle de los acontecimientos; y espero que así continúen, dando con ello un repetido testimonio de su responsabilidad y de su amor a esos valores superiores que son tan queridos y necesarios.

 

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Este ataque contra la institución suprema de nuestra justicia; la quema de parte de sus archivos, entre ellos sobre el narcotráfico, el incalificable crimen contra pulquérrimos magistrados que antes que nada son jueces serenos e imparciales y justos; contra una Corte Suprema libre, libérrima y tan independiente que inclusive echa atrás decisiones de gobierno, como ha sucedido más de una vez, este acto sólo se explica por una perturbación de la mente, por una perturbación de espíritus a los cuales esperaba que les llegara la reflexión. Y la seguridad de que –como ayer mismo lo manifestamos a los propios dirigentes guerrilleros a través del señor presidente de la Corte, al inolvidable magistrado Alfonso Reyes Echandía, y del director de la Policía Nacional- les ofrecíamos juicios y jueces imparciales y serenos que, bajo la garantía de la Corte y de sus magistrados, tomarían decisiones objetivas y ecuánimes.

 

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Estos hechos, con su inhumana, delirante y aislada espectacularidad, paradójicamente sirven para demostrar cuán fuertes son nuestras instituciones, cuánto repudia nuestra patria los extremismos.

 

Porque sabe eso, porque sabe que tiene la inmensa responsabilidad de ceñirse a tales guías, el gobierno es firme en su defensa de los principios y de las instituciones que los encarnan, y puede por lo mismo dedicarse a la búsqueda de las mejores soluciones a problemas que aparentemente no ofrecen sino una salida.

 

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Esa inmensa responsabilidad la asumió el Presidente de la República que, para bien o para mal suyo, estuvo tomando personalmente decisiones, dando las órdenes respectivas, teniendo el control absoluto de la situación, de manera que lo que se hizo para encontrar una salida fue por cuenta suya y no por obra de otros factores que él puede y debe controlar. En desarrollo de este concepto, repito que insistí hasta el último momento en que los guerrilleros cesaran su acción bajo la promesa de que sus vidas serían respetadas y de que se les haría un juicio con todas las garantías que ofrece nuestro estado de derecho.

 

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La unidad nacional está más fuerte que nunca, y el gobierno responde a ella aumentando sus esfuerzos para corregir lo corregible, por ejemplo, con respecto a las relaciones entre los partidos políticos entre sí y con el gobierno; si puede haber más claridad en las últimas; si debe irse más allá de lo que hoy tenemos para que la unidad nacional de que hablo tenga nuevas expresiones positivas, el gobierno hará lo que le corresponde. En tal sentido, en el curso de unas cuantas horas me reuniré con los expresidentes de la República. Pero está equivocado el que juegue temerariamente con la idea de que puede aprovechar supuestas debilidades o divisiones entre quienes tenemos el compromiso de llevar al país por buen rumbo: porque de esta prueba sale el gobierno más unido entre sí y más unidos con las Fuerzas Armadas.

 

Los hechos de ayer y de hoy han sido obra de la irreflexión de gentes a quienes no ha bastado la generosidad expresada a través de actos del Congreso y del gobierno; y que no supieron entender el proceso de paz como gesto magnánimo del Estado, sino como muestra de debilidad.

 

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Colombia y el mundo entero deben saber que nuestro sistema político es consciente de su solidez y fortaleza, y de su capacidad para incorporar a la vida democrática a todos los colombianos, aún a aquellos que lo quieren destruir o cambiar con el uso de las armas. Los terroristas conocen esta realidad. Por ello han transformado su acción guerrillera en actos anarquistas que pretenden desestabilizar las instituciones, amedrentar la voluntad ciudadana e interrumpir el progreso y desarrollo político del país.

 

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La utilización del terrorismo como medio de acción refleja el aislamiento progresivo de los grupos subversivos de la opinión pública, máxime cuando esos grupos buscan el apoyo del narcotráfico. A pesar de lo ocurrido, el Estado no debe perder su vocación de paz y de reforma pública. Y no la perderá.

 

En la situación que hemos vivido ayer y hoy, el Presidente de la República, para hacer honor al juramento prestado, tenía que defender las instituciones patrias y acudir a los instrumentos de tutela de la soberanía que la misma Constitución pone en sus manos.

 

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Nada ha sido tan preciado para el gobierno como la vida de todos nuestros compatriotas, sin distingo alguno de clases, credos, o posiciones políticas. Pues bien, las decisiones que el gobierno ha tenido el deber de tomar en este delicado trayecto histórico, no han tenido otra mira que ese interés nacional. Por ello, ahora es más necesario que nunca que todo el pueblo colombiano respalde con su compresión, con su prudencia, con su objetividad, las medidas que el bien común aconseje.

 

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Algo más: el gobierno no podía negociar lo que no es negociable. Tal, la respetabilidad de nuestras instituciones. Nada se debe hacer bajo el signo de la amenaza, así lo que se pida parezca minúsculo; pero el gobierno no quería que se sacrificaran más vidas humanas, porque lo guía la compasión, sentida y entendida en su más alto significado, y aún el inagotable afán de paz. Si, la paz; otra vez golpeada en un incidente gravemente solitario, porque el país sigue su marcha. La paz, demostrando en su calvario lo grande que es, lo urgente que nos resulta a todos.

 

Aunque algunos no la quieran o no la vean con claridad, esa paz ahí está y triunfará sobre las fuerzas de la locura. Y para eso seguimos tendiendo puentes de reconciliación; los reconstruiremos cada vez que sus enemigos los destruyan; porque si así no fuera, no tendríamos entidad como pueblo civilizado y como Nación digna.

 

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Reciban la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, reciban todos los jueces, todos los trabajadores de la administración de justicia; reciban todos sus familiares, mi más ferviente condolencia, mi admiración más sincera. Le han servido a Colombia.

 

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Merecen gratitud de esta patria amada. Merecen gratitud de su Presidente, el cual se descubre reverente ante los magistrados caídos frente al altar de la ley y ante el dolor de sus familias.

 

Reciban los miembros de las Fuerzas Militares, de la Política, de las fuerzas de seguridad, nuestra voz de respeto, de admiración, de amistad. Nuestra voz de tristeza y de solidaridad, los familiares de los sacrificados al servicio de la patria y de la paz.

 

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Ahora mismo comenzamos a reconstruir el Palacio de Justicia. Entre tanto, el Consejo de Estado funcionará en la Casa de la Moneda y la Corte Suprema en la Hemeroteca, donde antes estuviera.

 

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El gobierno no quiere aparecer como soberbio y altivo. Tiene conciencia de su deber de defender las instituciones democráticas a las cuales se han acogido los colombianos, y ha actuado, en consecuencia, con serena firmeza, en la convicción de que no podía ceder a esta clase de presiones desorbitadas y fuera de la ley.

 

Si algún movimiento no tiene derecho a quejarse de falta de publicidad para sus actos, aspiraciones y programas, es precisamente el que ahora ha pretendido ejercer un poder de coacción brutal para lograr sus propósitos. Ha tenido toda suerte de oportunidades y no pocos reproches han recibido el gobierno y el Presidente por permitir el ejercicio de la libertad de expresión en un marco democrático.

 

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Pido al pueblo colombiano compartir la serenidad del gobierno en estas horas de prueba. Quiero agradecer a todos los sectores que han expresado su solidaridad a este gobierno democrático, surgido de la libre voluntad popular y que en medio de las duras crisis que le ha correspondido afrontar, ha permanecido inalterable en su compromiso de servir a la Nación con dignidad, entusiasmo y sencillez.

 

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Quiero repetir que el proceso político y electoral continuará imperturbable, para que los colombianos escojan libremente a sus legisladores y a sus gobernantes. Y quiero, en fin, anunciar que el gobierno social proseguirá en beneficio de nuestros compatriotas más necesitados. Nos sentimos acompañados por una América que nos mira con admiración y con respeto.

 

Seguiremos al pie de la paz. Con serenidad. Con tranquilidad. Nos cabemos acompañados por una gran Nación. Por unos maravillosos compatriotas. Por un gran pueblo.

 

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Sé que ustedes, queridos compatriotas, están tristes, están acongojados. Sé que están adoloridos. También yo lo estoy. Reciban, sientan mi compañía, mi solidaridad, mi amistad, sobre todo los tiernos afectos de quienes han sido sacrificados en tan absurda tragedia, los que han sufrido en su propia carne; los familiares, todos, a quienes el dolor les llena de justa indignación, los familiares y allegados de los soldados, oficiales, agentes, servidores públicos caídos; los familiares de los guerrilleros, que todos son nuestros compatriotas, cobijados por la misma bandera, aunque tengamos puntos de vista tan distintos sobre el destino de nuestra patria. Pido al Dios de Colombia luz y sabiduría para superar los escollos que se yerguen sobre la marcha ordenada y en paz de la Nación.

 

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Y que la Providencia ilumine a todos.

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