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El río Atrato es plateado, a lo lejos se ven tres pescadores en sus canoas lanzando sus atarrayas, el cielo naranja, se es escucha el canto del cuparrá, la golondrina y la maloca. Es un amanecer fresco en Bojayá que ya no es el mismo de ese 2 de mayo de 2002 en donde murieron 119 de sus habitantes durante un enfrentamiento entre las Farc y el Bloque Elmer Cárdenas de las Autodefensas.
Caminar por la zona urbana denota la tranquilidad del pueblo. Los niños se dirigen, por las calles bien pavimentadas, al Instituto Educativo César Cotó; los adultos inician sus faenas en los platanales y cortan la maleza en cuestión de minutos.
La imponente selva chocoana a 5.000 pies de altura
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Sobrevolar por Vigía del Fuerte y Bojayá es encantarse con un contraste del tapete verde de árboles vivos que se mueve con el viento y un delineado café claro del caudaloso río Atrato, una verdadera postal de la imponente selva chocoana.
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La avioneta hace constantes maniobras para aterrizar en una pista improvisada en medio de la selva; a lo lejos se observa la antigua iglesia de Bojayá, epicentro de un cruento ataque de las Farc.
Ya en tierra se siente la humedad, la ropa se pega al cuerpo en cuestión de segundos y el olor a trópico es un alivio para los pulmones de los citadinos recién llegados.
Una canoa a la orilla del río Atrato, equipada con seis sillas plásticas, desplaza a los visitantes para que puedan cruzar de Vigía del Fuerte a la cabecera municipal del nuevo municipio de Bellavista.
Después de un recorrido de menos de 5 minutos, la canoa piloteada por Juan, un negro corpulento sentado en una esquina de la misma, se orilla justo donde varios niños, que al tiempo saludan, se bañan en compañía de sus padres.
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El pueblito bonito, pero sin servicios
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A pesar de que el paisaje es imponente y el casco urbano tiene un aspecto bonito, Bojayá, de 11 mil habitantes con 32 comunidades indígenas y 18 afros, no tiene servicios constantes de agua y energía eléctrica.
Federico Potes, sentado en una grada del parque de la Memoria a las víctimas de Bojayá, denuncia que las vías del municipio son buenas, pero el agua que se suministra en las zonas urbanas y rurales no es apta para el consumo humano.
“Tenemos dos acueductos, pero el agua no se puede beber porque no es apta para el consumo humano. El agua solo sirve para hacer los oficios”, dice.
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Sobre el sistema de energía eléctrica los bojayanenses se tienen que turnar la planta del pueblo que cuentan con tres barrios: Pueblo Nuevo, La Unión y Bella Luz.
“Estamos grabes de energía. Vivimos en el oscuro. No tenemos en el día. Tenemos una planta de alto voltaje que le da luz al pueblo, pero nos toca turnarnos la luz. Los transformadores están obsoletos.
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Doña Claudia dice que prácticamente no hay servicios porque en el día no hay energía y en la noche un barrio tiene y en la siguiente a otro.
“Es que el servicio no está ni a medias. Porque si estuviera a medias serviría algo, pero nada”, dice.
Los habitantes de Bojayá esperan que, con la conmemoración de los 15 años de la masacre, el Estado colombiano se comprometa con unos servicios básicos dignos para los 32 corregimientos del municipio.
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