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Compartir la medalla de oro, la más bella y contundente lección de los Juegos Olímpicos

En un mundo donde se cree que hay que ganar como sea, que hace del egoísmo el valor más importante, el gesto del italiano Tamberi y el qatarí Mutaz es impactante.

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Alberto Linero
Foto: Cortesía

Los gritos de motivación, las lágrimas por la derrota, los gestos de felicidad por el triunfo, los abrazos de celebración, las manifestaciones de esfuerzo, disciplina y tenacidad, son una expresión de cómo en los Juegos Olímpicos la condición humana queda retratada en sus dimensiones más sublimes.

Todavía están presentes las palabras de Novak Djokovic, sobre que para ellos, la gran presión que ejerce el público y el mundo en general, es un privilegio -frase que sonó como una crítica a Simone Biles-, más tarde vimos sus gestos y gritos de frustración ante las derrotas que lo dejaron sin medalla.

También está la alegre sonrisa de Caterine Ibargüen y su madura e inteligente manera de asumir que no haya podido llegar a la final del salto triple, cosa que no borra todo lo maravilloso que ha hecho para la historia del atletismo colombiano en el mundo.

Tal vez lo que más me ha impresionado en el fin de semana y me deja una gran enseñanza de vida, es la decisión de Gianmarco Tamberi y el qatarí Mutaz Essa Barshim, quienes estaban empatados con la mejor marca -2 metros 37 centímetros-, y tomaron la decisión de compartir la medalla de oro y no seguir intentando hasta que alguno de los dos ganara.

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Me gusta el gesto, porque es un ejemplo de compañerismo y de lo que los griegos querían mostrar como el espíritu olímpico.

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Hay que decir que esta situación ya había ocurrido en los Olímpicos de 1936 en el salto de garrocha, cuando los atletas japoneses Shuhei Nshida y Sueo decidieron no volver a saltar más y compartir el segundo lugar que disputaban, los jueces no aceptaron y el equipo japonés decidió que Nshida fuera Plata y Oe fuera bronce. Ellos al llegar a Japón cortaron las dos medallas y formaron una que tenía plata y bronce. Estas medallas se conocen con el nombre de medallas de la amistad.

En un mundo donde se cree que hay que ganar como sea, que hace del egoísmo el valor más importante, y que desprecia al que queda segundo o pierde una competencia, el gesto del italiano Tamberi y el qatarí Mutaz es una lección de compañerismo y de competencia leal. No dudo que pronto algunos que no han subido ni un escalón, ni han participado en ninguna competencia, critiquen a estos atletas. Estos gestos son los que nos muestran que vale la pena vivir siendo coherente con nuestros valores.

Escuche la reflexión de Alberto Linero en Mañanas BLU:

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