
Fe, burla y tambor: el alma del Carnaval de Barranquilla
La experiencia de Alberto Linero en esta nueva edición de la fiesta que se vivió en la capital del Atlántico: desde la alegría hasta la gratitud.

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El obispo, vestido con su sotana blanca, una faja morada y una sencilla mitra, me saluda con una venia desde la esquina donde está rodeado por muchas mujeres vestidas de negro. Me aproximo con respeto y rapidez; él me da la bendición, pero al final hace un gesto que solemos usar, aquí en el Caribe colombiano, como burla sexual. Me sorprendo, pero al detenerme a mirarlos con atención, noto que es alguien disfrazado de obispo y de que las mujeres que lo rodean son en realidad hombres, toscamente pintados y vestidos de mujer, exhibiendo partes de su cuerpo de manera que provoca risa. Todos me hacen señas de que están rezando y hacen unos indescifrables murmullos como si estuvieran diciendo oraciones mientras sostienen en sus manos unas camándulas hechas con imágenes burlescas y grotescas. Me río a carcajadas y sigo de largo.
Es que en el carnaval nos burlamos de todo y, claro, no podía faltar la irreverencia hacia las manifestaciones hieráticas de la Iglesia católica. No hay institución que no sea objeto de parodia en esta fiesta cultural. No creo que se trate de una simple crítica o rechazo, sino de una manera de acercar lo lejano, de volver cotidiano eso que se percibe como trascendente.
El jolgorio parece subir de volumen, con distintas melodías que invaden nuestros oídos:
Reguetón, cumbia, mapalé y las canciones típicas del carnaval, como ‘Te olvidé’ y ‘El Torito’, suenan mientras avanzo en busca de la carrera 44, por donde voy a participar en la gran Parada Carlos Franco con las marimondas de la CUC. En la siguiente esquina, unos hombres disfrazados con atuendos similares a los que yo mismo usaba cuando era eclesiástico me rodean y comienzan a entonar letanías en tono jocoso. Son composiciones que satirizan la realidad política y social, inspiradas, sin duda, en las letanías litúrgicas, pero en clave popular y burlona:
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El padre Linero colgó la sotana...
🎶 ¡Ajá, sí es verdad!
Pero sigue dando misa en la pantalla...
🎶 ¡Ajá, sí es verdad!
Que ya no es cura, él lo ha dejado claro...
🎶 ¡Ajá, sí es verdad!
Pero predica más que el mismo párroco...
🎶 ¡Ajá, sí es verdad!
Sigo avanzando por esas abarrotadas calles de Barranquilla cuando dos monjas embarazadas se zangolotean frente a mí, invitándome a bailar. Me muevo, intentando mostrar el sabor que corre por mis venas. Los golpes del tambor me confirman que esta calle hoy es una pista de baile donde el mestizaje que somos vibra con fuerza.
Me abrazo con ellas y continúo mi camino hasta toparme con una Danza del Garabato, quizá la expresión más simbólica del componente religioso del carnaval. En ella se representa la lucha entre la vida y la muerte, el bien y el mal: el personaje de la Muerte intenta llevarse a los danzantes, pero uno de ellos, el caporal, con el poder del garabato, logra vencerla. Me emociona ver esta representación de la vida cotidiana, esta metáfora de la resistencia ante lo que encarna la muerte como derrota y final.
Ya estoy en el parque Olaya, rodeado de las marimondas de la CUC. Todo es alegría y disposición para recorrer las calles repartiendo gozo y júbilo a quienes, desde el bordillo, nos verán pasar y nos invitarán a bailar. En ese camino de celebración, paso frente a dos templos católicos donde alguna vez presidí los sacramentos: San Felipe y San Clemente. Están cerrados, pero siguen siendo testigos de esta serpiente multicolor de 150 grupos folclóricos que van esparciendo alegría. Es que llenamos todo el territorio que compartimos de esos colores vivos y estruendosos que caracterizan el gozo del carnaval. Terminamos en la 21 con Cordialidad, cansados, fatigados y con la constatación de la presencia de lo religioso en el Carnaval de Barranquilla.
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Pensé que ahí terminaba mi encuentro con lo sagrado en medio de la fiesta, pero en la noche, en el Metroconcierto, me topo con otro signo inesperado: en el escenario, alguien con la apariencia de un viejo basquetbolista desgarbado, la afinación perfecta, el fraseo sencillo de los hombres de la calle y unos versos profundos que suenan así:
Oh Señor Jesús, con tu grandeza (Oh Señor)
Hiciste los cielos y la tierra (Oh Señor)
Los ríos, los mares, las estrellas (Oh Señor)
Eres verbo y tu palabra es fuerza, todo lo puedes
Cierro los ojos y doy gracias, no solo por la vida, sino por la posibilidad de abrazarla con alegría, incluso en medio de las adversidades. Porque si algo nos enseña el carnaval es que la risa, la música y la fe son parte de la misma resistencia.
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