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Hay que separar la protesta y los actos de terrorismo

Reflexión de Alberto Linero en Mañanas BLU

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Alberto Linero
Foto: Instagram @PLinero

Todos tenemos claro que la protesta es un derecho constitucional, un mecanismo por el cual se busca llamar la atención del Estado para presionarlo a solucionar un problema que no ha podido ser resuelto a través de medios institucionales.

También está claro que toda protesta genera incomodidades y molestias en el desarrollo cotidiano de la ciudad. Asimismo, creo que nadie está de acuerdo con que sitiar ciudades y poner en riesgo la vida de las personas que las habitan, es legal ni bueno.

No creo que nadie sensato defienda esa actividad. Por lo que considero que es necesario aproximarnos al problema ético que se ha generado en la colisión de algunos derechos en las manifestaciones de estos días. Chocan el derecho a protestar, el de la libre circulación, el de la educación, el de la alimentación, entre otros. Estoy seguro de que la aproximación no se puede hacer desde un paradigma simplista, que busque que uno de esos derechos sea desconocido o despreciado.

En el derecho se propone el test de ponderación cuando hay derechos fundamentales en conflicto. Lo cual implica, por lo menos, dejar claro cuál es el fin legítimo que estamos buscando con esa acción que limita los otros derechos como, por ejemplo, la limitación de la movilidad. Se requiere también la idoneidad, es decir: ¿la medida adoptada es la más idónea para lograr el fin que se está buscando? El otro criterio es el de la necesidad: ¿es este el único medio para lograrlo o hay medios alternativos?; y claro, el examen de proporcionalidad: ¿la afectación es más grande que lo que se quiere, como por ejemplo, cuando se pone en peligro la vida de personas?

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Cuando planteo esta serie de criterios propios de un análisis ético, lo que quiero es propiciar que nuestro propio análisis trascienda a la fogosidad de la discusión inmediata y nos permita un panorama más completo de la realidad toda. No lograremos nada bueno si generamos más dolor, más pobreza y más desigualdad que la que estamos tratando de cambiar. Caemos en la paradoja de ocasionar aquello que queremos evitar.

Sé que, en los momentos actuales, en los que sólo impera la lógica de “estás conmigo o estás contra mí”, de “eres bueno o malo”, es muy difícil hacer ejercicios de trascendencia que nos ayuden a entender qué es realmente lo que está en juego. Como sociedad no podemos darnos el lujo de negarnos la posibilidad de relacionarnos inteligente y respetuosamente.

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