Nada más doloroso que una ruptura afectiva. Ser traicionado, rechazado y encontrarse con que ya no le interesas a la persona que amas, rompe el alma y deja con la impresión de que no se volverá a ser feliz. La vida se oscurece, se siente que no hay futuro, que con la ida de esa persona se va la felicidad. Todo exagerado por el dolor y la tristeza. Lo llaman la “tusa”, en el lenguaje coloquial.
A lo largo del ejercicio ministerial me correspondió acompañar a muchos hombres y mujeres en sus procesos de elaboración del duelo ante la pérdida afectiva. No hay recetas, porque cada duelo es singular según las experiencias personales, las estructuras emocionales y la historia construida.
Ayer escuchaba la entrevista de
Pensé en la necesidad que tenemos de darnos esos espacios para sanar. Llorar no hace daño, y es necesario aceptar y expresar esa dura emoción, sacarla fuera sin lastimarnos y sin lastimar a nadie. Entender que un clavo no saca otro clavo, y que comenzar una relación como remedio al dolor que se tiene, ocasiona más problemas, así como tratar de aplacarlo con sustancias que sacan de la realidad.
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La felicidad siempre es una tarea propia y no podemos esperar que otros nos hagan felices. Hay que encontrar espacios en los que haya oportunidad de entrar al interior y sanar las heridas. No hay que pedir a otro que de lo que cada quien se debe dar. La tusa ha sanado cuando podemos decir: te amo, pero soy feliz sin ti.