Leer es mucho más que entretenerse, es contrastar el mundo y la manera cómo lo vemos con las ideas, relatos y preguntas que se nos hacen desde los textos. La voz del autor del libro hurga en nuestras opciones, heridas, valores, decisiones, formas de pensar y nos hace tomar, de alguna manera, una posición de vida. Creo que todo buen libro siempre nos lleva a ser mejores personas, porque nos hace comprendernos desde las propuestas de otra persona.
De alguna manera el lector es coautor del texto, porque con su interpretación rellena espacios existenciales dejados por el autor, ya sea de manera voluntaria o no. Este proceso lo realiza desde su propia capacidad, pero limitado por la estructura del lector implícito, que según Wolfang Iser, está presente en cada relato, o como diría Umberto Eco, puede ser un lector modelo que interpreta el texto de una manera análoga a la del escritor que lo produjo.
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Hay libros que nos transforman para siempre. Así como hay otros con los que no conectamos y desechamos rápidamente. Al fin y al cabo, no estamos obligados a terminar de leer algo que no nos gusta.
A propósito de esto, ayer leí una nota periodística en la que se proponía la lista de los libros que, según algunos profesores de la Universidad de Harvard, son los más influyentes y evocadores, y que podrían cambiar la vida de sus lectores. Los profesores citaron: “La muerte de Iván Ilich” de Lev Tolstói; “Zen en el arte del tiro con arco” de Eugen Herrige; “Ética a Nicómaco”, “Política” y “Retórica” de Aristóteles; “Middlemarch”, de George Eliot y “La República”, de Platón.
Cada profesor propuso los textos desde su propia experiencia y formación. Destacando cómo ellos les posibilitaban desarrollar algunas habilidades cognitivas y emocionales necesarias para poder tener una vida con sentido y un propósito trascendente. Son opiniones muy personales, pero abren caminos para que otros podamos recorrer.
Si a mí me hicieran la misma pregunta, respondería que “El amor en los tiempos del Cólera”, porque nos permite comprender el amor y la vejez como definiciones de humanidad; o “el Principito”, que con ternura regala caminos maravillosos.
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