
De las situaciones más difíciles que he vivido, son esas en las que creo que he entregado todo de mí, en tiempo, esfuerzos, dedicación y siento que no he logrado los resultados esperados. Son momentos de frustración, en los que el sentido de cada proyecto se ve cuestionado y uno no sabe qué hacer.
Lo triste es que estos momentos son más comunes de lo que quisiéramos, ya que no tenemos el control de todo. Si queremos ser personas felices y exitosas, tenemos que aprender a manejar nuestra frustración, porque no podemos reaccionar de tal manera que, como dice el refrán, “la cura resulte más mala que la enfermedad”. Para esto creo que es necesario tener presente varias cosas.
Lo primero es entender que esta emoción forma parte de nuestra condición, no somos extraterrestre y desde nuestras limitaciones podemos no acertar en nuestros proyectos. Pero sobre todo, tener claro que un mal resultado no es el final de la vida, y que por más triste que sea, hay que levantarse y seguir adelante.
Lo segundo es saber que la frustración, como todas las emociones, es nuestra responsabilidad, ya que somos nosotros quienes nos hacemos con frecuencia expectativas irreales o exageradas, no somos cuidadosos en generar las condiciones para que nuestros deseos se cumplan, o ponemos la confianza en el lugar equivocado.
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Lo tercero sin duda es poder tener claro que lo más importante es que podamos expresar nuestras sensaciones de manera libre, responsable y constructiva. Para ello necesitamos tener conciencia de cómo nos afectan las expresiones de esas emociones; ellas nos pertenecen y no nos podemos dejar arrastras por los impulsos que tenemos.
Debemos tener siempre presente que a la final, está en nuestras manos afrontar de la mejor manera esos momentos de la vida que se convierten en nuevas experiencias, y que debemos tomar como tal. No olvidemos la necesidad que tenemos de entender el para qué de cada uno de los retos que la vida nos propone, y sin duda también el cómo poder afrontarlos sin morir de frustración en el intento.
Escuche aquí la opinión de Alberto Linero: