En las cotidianas dinámicas sociales en las que los niños y jóvenes se encuentran híper estimulados y expuestos a todo tipo de influencias, se hace más pertinente que se fortalezca la formación en valores, lo cual tiene su principal contexto en la familia. Es en ese círculo íntimo de afecto y cuidado en el que se aprende a vivir desde los valores. Es allí donde se le encuentra sentido a la honestidad, solidaridad, justicia y demás fuerzas interiores que garantizan una vida coherente.
Algunas veces los tutores y cuidadores en la familia quieren que sean los medios de comunicación, el colegio y otros actores sociales los que se responsabilicen de esta formación, lo cual no solo es irresponsable, sino poco efectivo.
Es en la convivencia diaria, a través de la relación con quienes son los referentes familiares, donde nos realizamos personalmente y aprendemos a ser hombres y mujeres que contribuyen a la sociedad. Desde mi experiencia, puedo afirmar que fue en la relación con mis padres y con su manera de vivir como aprendí los valores fundamentales de la vida. No fue una fila de frases y palabras las que me obligaron a vivir de esta manera, fue el querer vivir como mis padres, a partir de sus actitudes y acciones habituales.
Sabiendo que la psicología nos ha enseñado que en la crianza todo lo que se refuerza se repite, es clave tener en cuenta que, sin papás presentes y dialogantes, se es proclive a no desarrollar esas habilidades que se requieren para ser una persona valiosa para la sociedad. Ahora, también vale la pena que todos los otros actores se cuestionen, desde su misión, qué tipo de influencia se está ejerciendo sobre los niños y jóvenes. Enfrentar las posibles adicciones, cualquiera que ellas sean, solo es posible desde contextos familiares sanos, seguros y responsables.