A través de la parábola de la higuera estéril, el señor muestra que no basta con pertenecer a la Iglesia: es necesario dar fruto.
El relato bíblico narra que lo que pasó con el hombre: “Hace ya tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro”, (Lucas 13, 6–9). Y con ello, el evangelio muestra las apariencias vacías de una fe sin obras. El pastor recordó que Jesús es ese viñador compasivo que intercede por cada uno de nosotros, rogando al padre que dé tiempo y que enseñe con su amor.
“Señor, déjala todavía este año, mientras la cavo alrededor y le echo abono” (Lucas 13, 8). El tiempo de gracia que vivimos no es eterno: es una oportunidad para volver al camino, para transformar nuestra vida desde dentro. No basta con tener apariencia de creyentes; Dios espera frutos concretos de conversión, servicio y comunidad.
Corson señaló que ese abono del que habla Jesús está disponible en nuestra vida diaria: en la oración, en la Eucaristía, y también en los grupos de conexión, donde la fe se fortalece al compartir con otros. Como dice el Señor: “Yo soy la vid y ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Juan 15, 5).
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