Los rostros de la esperanza: así se unió Santa Marta para ayudar a los damnificados por lluvias
Jóvenes emprendedores, empresarios del turismo y líderes institucionales han dejado de lado sus agendas para convertirse en voluntarios, llevando alimentos, colchones y solidaridad a los barrios más golpeados por las lluvias. En medio del lodo, nació la mejor versión de una ciudad unida.
Entre las calles aún mojadas de Santa Marta, donde el lodo sigue marcando las huellas de la tragedia, ha comenzado a florecer algo que no se ve en los informes oficiales ni en las alertas del Ideam: la solidaridad. No la que se decreta desde los escritorios, sino la que nace en el pecho de los que no pueden quedarse quietos mientras otro sufre.
Santa Marta vivió hace unos días una de sus peores emergencias por lluvias en años. Más de 60 barrios terminaron bajo el agua; casas anegadas, electrodomésticos perdidos, colchones flotando y calles que se transformaron en ríos turbulentos. Pero con el desastre, también emergió algo más poderoso: la voluntad de ayudar.
Desde la misma noche de la primera tormenta, Felipe Bautista, un joven emprendedor conocido por su negocio de comida “Don Pipe Chicharrón”, no esperó a que las autoridades lo llamaran. Se subió a su carro, lo llenó de alimentos, y se fue a buscar a los damnificados. Esa noche no durmió, y desde entonces no ha parado.
“Hemos logrado recolectar más de 70 millones de pesos en ayudas. Entre mercados, utensilios, colchonetas… pero aún falta mucho”, dice Felipe con la voz firme, mientras organiza una nueva entrega con los más de 20 voluntarios que ha unido en esta causa. Jóvenes que antes creaban contenido para redes, hoy cargan bolsas de mercado, reparten sábanas, recorren callejones de barro.
“Cada granito de arena cuenta. Es hora de enseñarle a Santa Marta que unidos, sí podemos ayudar”, insiste.
Su restaurante, ubicado en la Avenida del Libertador, se ha transformado en punto de acopio. Allí no se sirven platos, se empacan ayudas. Las mesas son ahora estaciones de clasificación. El aceite de cocina ya no es para fritar, sino para llenar los kits de mercados.
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Otro rostro de esta cadena humana es Junior Perdomo, gerente de TUMAP, la organización que gestiona el turismo en Santa Marta. A él, las lluvias le cambiaron la agenda. En lugar de reuniones sobre promoción turística, ahora coordina a hoteles, hostales y operadores que han empezado a donar camas, sábanas y toallas.
“Esto no es solo una tragedia. Es también una oportunidad para mostrar qué tipo de ciudad queremos ser”, dice Perdomo. Y tiene razón. Varios hoteles que hace poco atendían turistas, hoy están donando el mobiliario que les sobró. Lo que ayer era lujo, hoy es alivio.
Desde la institucionalidad, hay quienes también han entendido que esta emergencia no se resuelve solo con comunicados y desde el escritorio. Carlos Jaramillo Ríos, secretario de Desarrollo Económico del Distrito, se ha visto en todos los frentes: gestionando maquinaria amarilla, coordinando entregas de ayudas, escuchando a la gente.
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Familias damnificadas en Santa Marta.
Suministrada.
Ha recorrido a pie los barrios más afectados, empapado de lluvia y con el rostro cansado, pero presente.
“Aquí no se trata solo de venir a tomarse la foto, se trata de estar, de quedarse, de volver si es necesario, seguimos las directriz de nuestro Alcalde Carlos Pinedo Cuello, de estar 24 / 7 al lado de la gente y esto lo hacemos entre todos, unidos”, ha dicho en varias intervenciones.
Y es cierto. Porque entre la tristeza y la impotencia, hay imágenes que emocionan: una señora llorando al recibir una colchoneta nueva, un niño abrazando un paquete de leche, un grupo de voluntarios riendo después de cargar bultos de arroz bajo el sol.
Santa Marta está dolida, pero no vencida. Ha vuelto a llover, y volverá a llover. Pero esta vez, la ciudad ha demostrado que la resiliencia no se mide solo en la capacidad de resistir, sino en la decisión de levantarse y ayudar a levantar a otros.
Esta no es solo la ciudad de El Morro y las playas de postal. Es también la ciudad donde un joven decidió convertir su restaurante en centro de ayuda, donde los hoteleros cambiaron sus prioridades, donde los funcionarios están en la calle y no solo en sus oficinas, y donde cientos de ciudadanos —anónimos y visibles— han recordado que cuando todo se inunda, lo único que no puede ahogarse es la solidaridad.