El educador, escritor y columnista Francisco Cajiao, en entrevista en Sala de Prensa volvió a poner sobre la mesa un debate que atraviesa a las familias de hoy: ¿qué deben hacer los niños y adolescentes con su tiempo libre, especialmente en vacaciones? Su respuesta, lejos de las listas de actividades o los cronogramas de recreación, es tan sencilla como provocadora: “Lo que tenemos es que facilitar espacios para que ellos manejen su propia vida”, afirmó.
Cajiao advierte que muchos padres se han convertido en programadores profesionales del tiempo de sus hijos, una tendencia acentuada tras la pandemia. “Los papás viven con la sensación de que tienen que organizarles hasta el último minuto… son desesperantes”, dijo. Para él, el exceso de control ha borrado algo esencial: la capacidad de niños y jóvenes para descubrirse a sí mismos mediante el ocio, el juego libre y la exploración espontánea.
El experto subraya que la creatividad —ese elemento que puede marcar la diferencia entre una vida plena y una existencia mecánica— nace justamente del tiempo no dirigido. “Productivo también puede ser mirar para el techo”, recuerda, defendiendo un ocio que permita a los jóvenes encontrarse con sus gustos, intereses y talentos.
Frente al bombardeo de pantallas, Cajiao advierte que no se trata de satanizarlas, sino de comprender su impacto: “Las pantallas generan un efecto de fascinación… toman posesión de uno y uno no maneja la pantalla”. Esa pasividad, dice, impide que los niños accedan a experiencias donde la imaginación y el cuerpo entren en juego: salir al parque, reunirse con amigos, aburrirse, inventar.
El papel de los padres, sostiene, no es el de guardianes omnipresentes sino el de observadores atentos. “Más que motivar, hay que observar. Los niños no son tontos”. Cajiao propone un “bufé de posibilidades” —libros, música, instrumentos, juegos, exploración— y permitir que cada niño elija. En ese proceso, el acompañamiento es clave, pero debe diferenciarse claramente de la vigilancia: “Acompañar es conversar, preguntar, ofrecer oportunidades, no controlar”.
La conversación también tocó un punto sensible: la dificultad de dialogar con adolescentes. Cajiao fue contundente: es un error comenzar tarde. “Hay papás que no hablan con los niños, sino que les hablan a los niños… y la conversación se empieza a prender a los dos o tres años”. Aun así, insiste en que siempre vale la pena intentarlo, incluso si solo se reciben monosílabos como respuesta.
Finalmente, el educador destacó que el tiempo propio no es solo un derecho infantil: es una competencia para la vida. “El empleado que nunca desarrolló iniciativas y llega a la pensión queda en el aire… nunca tuvo una pasión, un hobby”, advirtió. Por eso, permitir que los niños exploren hoy es invertir en adultos capaces de habitar su propia existencia mañana.
En tiempos de agendas saturadas y sobreprotección, la propuesta de Cajiao es un recordatorio necesario: las vacaciones no son para cumplir un plan, sino para devolverles a los niños algo que la escuela —sin querer— les arrebata: “el derecho a su propio tiempo”.