La nueva estrategia de la generación Z para encontrar el amor, ¿la aplicaría?
El uso de la inteligencia artificial en la vida cotidiana continúa expandiéndose a terrenos cada vez más íntimos.
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Una de las tendencias más llamativas del momento involucra a la generación Z y su forma de relacionarse sentimentalmente: cada vez más jóvenes recurren a ChatGPT como una especie de consejero amoroso digital para navegar las primeras etapas de una relación.
La analista de Bloomberg Amy Nixon reveló recientemente que esta práctica comienza a normalizarse entre personas nacidas a finales de los noventa y principios de los dos mil. Según explicó, durante una conversación informal con un integrante de esta generación, este le confesó que estaba iniciando una relación y que planeaba compartir con ChatGPT todo el intercambio de mensajes con su cita. El objetivo no era solo recibir consejos generales, sino permitir que la herramienta analizara conversaciones, interpretara señales y sugiriera respuestas estratégicas para avanzar de la mejor manera posible.
De acuerdo con ese testimonio, no se trata de un caso aislado. El joven aseguró que muchos de sus amigos hacen exactamente lo mismo y que consideran al chatbot sorprendentemente certero y eficaz. Para ellos, la inteligencia artificial reduce la ansiedad típica de los comienzos románticos y reemplaza la incertidumbre emocional por una guía clara, casi estructurada, sobre qué decir, cuándo responder y cómo interpretar silencios o mensajes ambiguos.
Nixon observa que esta tendencia representa un cambio profundo en la forma de vivir el romance. Tradicionalmente, el inicio de una relación implicaba ensayo y error, dudas, inseguridades y conversaciones con amigos cercanos. Hoy, para muchos jóvenes, ese proceso se externaliza hacia una herramienta tecnológica que promete optimizar resultados y minimizar riesgos emocionales. En palabras de la analista, el proceso se vuelve “más sencillo y más poderoso”, pero también menos espontáneo.
Sin embargo, este fenómeno abre una serie de interrogantes que generan inquietud. Uno de los principales tiene que ver con la privacidad. Mensajes, fotos y conversaciones personales pueden ser compartidos con una inteligencia artificial sin que la otra persona involucrada lo sepa. Esto plantea dilemas éticos sobre el consentimiento y el manejo de información íntima en un contexto cada vez más digitalizado.
Otro punto que Nixon pone sobre la mesa es el impacto que esta práctica podría tener en profesionales dedicados a las relaciones humanas, como terapeutas o consejeros de pareja. Si los jóvenes comienzan a confiar más en algoritmos que en la experiencia humana, el rol de estos expertos podría verse desplazado o transformado radicalmente.
Finalmente, la analista plantea una pregunta que resume el carácter inquietante de esta tendencia: ¿qué ocurre si ambas personas dentro de una relación utilizan el mismo tipo de asistencia? En ese escenario, las interacciones podrían dejar de ser un intercambio genuino entre dos individuos para convertirse en un diálogo mediado por algoritmos. “¿Estamos hablando entonces de un chatbot interactuando con otro chatbot?”, se pregunta Nixon, quien califica esta posibilidad como “realmente distópica”.
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Mientras la generación Z redefine las reglas del romance con ayuda de la tecnología, el debate sobre los límites entre lo humano y lo artificial en las relaciones personales apenas comienza.