Sorprendente hallazgo: los monos siguen el ritmo de canciones como los humanos
La hipótesis del aprendizaje vocal sostiene que la sincronización rítmica depende de circuitos cerebrales especialmente conectados entre audición y movimiento, formados para facilitar vocalizaciones complejas.
Mono encerrado en zoológico // Foto: AFP, imagen de referencia
La capacidad de coordinar movimientos con la música es un rasgo profundamente ligado a la cultura humana, aunque sus bases evolutivas y neurobiológicas siguen siendo poco claras. Un nuevo estudio experimental aporta luces al analizar en dos macacos entrenados su habilidad para seguir el tempo de piezas musicales.
Los resultados desafían la reconocida hipótesis del aprendizaje vocal, que plantea que solo las especies con vocalizaciones complejas, como los seres humanos y algunas aves cantoras, pueden sincronizar sus movimientos con un ritmo.
En las personas, la percepción y ejecución del compás es una facultad única que aparece desde los primeros años de vida y que implica identificar patrones, anticiparse a ellos y coordinar respuestas motoras. Fuera de nuestra especie, esta destreza es excepcional y se ha observado apenas en ciertas aves y en casos aislados de otros animales, lo que deja un amplio vacío en la comprensión de su evolución.
La hipótesis del aprendizaje vocal sostiene que la sincronización rítmica depende de circuitos cerebrales especialmente conectados entre audición y movimiento, formados para facilitar vocalizaciones complejas. Sin embargo, estudios previos ya habían mostrado que los macacos, pese a no aprender vocalizaciones, pueden ser adiestrados para anticipar golpes al compás de un metrónomo, lo que sugeriría la existencia de mecanismos neuronales compatibles con esa coordinación.
Con esta base, Vani Rajendran y su equipo, de la Universidad Nacional Autónoma de México, realizaron tres experimentos para evaluar si los macacos podían extender estas habilidades a música real, con toda su complejidad acústica, según publica la revista Science.
De forma inesperada, los dos animales, previamente entrenados con un metrónomo, lograron mantener patrones de golpeteo constantes frente a distintas canciones. Cuando los investigadores modificaron el tempo de las pistas, los primates ajustaron también el ritmo de sus movimientos, evidenciando que seguían la estructura musical y no únicamente estímulos externos puntuales.
Un mono lanudo. Leticia, Colombia el 18 de noviembre de 2020
AFP
Este comportamiento se mantuvo incluso al escuchar una canción nueva y cuando ya no recibían recompensas por marcar el ritmo, señala el artículo. Para las pruebas se usaron fragmentos que incluían temas de los Backstreet Boys y de Barry White.
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Los autores concluyen que los macacos pueden identificar, anticipar y sincronizarse con el ritmo de música real. “Nuestros datos muestran que el macaco es capaz de percibir el ritmo y coordinarse con la música, lo que refleja una mayor flexibilidad y capacidad de generalización de lo que se había descrito en especies sin aprendizaje vocal”, escriben.
No obstante, otros expertos llaman a la prudencia. En un comentario paralelo en Science, Asif Ghazanfar y Gavin Steingo, de la Universidad de Princeton, recuerdan que estas conductas no son naturales, sino producto de condicionamiento mediante recompensas externas, a diferencia de la motivación intrínseca que impulsa a los humanos a seguir ritmos.
“Un comportamiento condicionado no necesariamente equivale a uno que surge de forma espontánea”, advierten.
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Miquel Llorente, del departamento de Psicología de la Universidad de Girona, coincide en la cautela. Aunque reconoce que el estudio ofrece hallazgos interesantes sobre la sensibilidad rítmica en primates no humanos, subraya que las conclusiones son limitadas debido al reducido número de animales y al entrenamiento prolongado con tareas muy artificiales.
Este tipo de protocolos, habituales en neurociencia, “se apartan del repertorio natural de la especie y dificultan extrapolar los resultados”, señaló al Science Media Centre. Además, añade que las condiciones altamente restrictivas que requieren estos experimentos obligan a reflexionar sobre si el valor científico justifica el impacto en el bienestar de los animales.