Los homenajes y muestras de solidaridad tras el siniestro que apagó 71 vidas no han cesado y poco a poco familiares y amigos de las víctimas se han repuesto del repentino golpe que partió en dos la historia del club brasileño.
Aún resuenan la últimas palabras de Miguel Ángel Quiroga, el piloto boliviano de 36 años encargado del vuelo CP 2933 de Lamia, que el 28 de noviembre de 2016, tras partir de Santa Cruz de la Sierra, quedó a seis kilómetros de alcanzar su destino en el aeropuerto José María Córdova de Rionegro, luego de que se registrara una falla eléctrica por falta de combustible y chocara con el Cerro Gordo en el municipio de La Unión, ahora Cerro Chapecoense.
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El trágico accidente, que acabó con la vida de 71 personas y dejó seis en estado crítico, se conoció pasadas las 11 de la noche de ese lluvioso lunes, en que la expectativa estaba centrada en la llegada de directivas y jugadores de Chapecoense, un club brasileño que contra los pronósticos de muchos iba a disputar la final de la Copa Sudamericana contra Atlético Nacional.
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El fuerte impacto, que partió el avión en dos, interrumpió el sueño de los habitantes de la vereda Pantanillo e hizo que muchos, como Cristian Henao, acudieran de inmediato para tratar de rescatar personas con vida.
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En ese momento las alertas se encendieron en el oriente antioqueño. Organismos de emergencia acudieron y con ellos Juan Diego Gómez, del cuerpo de bomberos de La Unión, fue uno de los primeros en llegar a la montaña, de donde lograron sacar por lo menos 10 personas con vida, cuatro de las cuales no resistieron.
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Los futbolistas Jackson Follman, Alan Ruschell y Helio Neto, el periodista Rafael Henzel y los tripulantes Ximena Ruiz y Erwin Tumirí fueron quienes sobrevivieron al accidente que enlutó a Colombia y Brasil.
El técnico y mecánico Erwin Tumiri fue uno de los primeros en regresar a su país, Bolivia, y desde allí narró lo vivido. Aseguró que nunca se enteraron de que la aeronave estaba en emergencia.
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Yaneth Molina, la controladora aérea que evitó que la tragedia fuera mayor al guiar tres aeronaves que se encontraban en la zona, recibió amenazas de muerte y fue investigada por la Fiscalía por tener la última comunicación con el piloto. En ambas situaciones salió bien librada.
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El 30 de noviembre a las 6:45 de la tarde el estadio Atanasio Girardot se vistió de verde y blanco y llenó sus tribunas. Lamentablemente no para alentar a dos grandes equipos que tenían una cita para disputar el trofeo sudamericano, sino para dar un abrazo solidario al pueblo brasileño que a lo lejos lloraba la pérdida de los suyos.
El ministro de relaciones exteriores de Brasil, José Serra, entre lágrimas agradeció la solidaridad de los antioqueños, que con flores, velas y sentidos cánticos les rindieron un homenaje.
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En medio del dolor, que apagó la tradicional alborada de los paisas, nació una hermandad que ha perdurado con el paso del primer año de este trágico suceso.
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Chapecó y Medellín se han unido en múltiples acciones y eventos, y por estos días recuerdan a los 71 héroes que partieron en un vuelo eterno.
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