A 40 años de la toma del Palacio de Justicia: una herida que aún no cierra
Han pasado 40 años desde aquel 6 de noviembre de 1985, cuando el país quedó paralizado ante uno de los hechos más desgarradores de su historia.
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Han pasado 40 años desde aquel 6 de noviembre de 1985, cuando el país quedó paralizado ante uno de los hechos más desgarradores de su historia. En medio del ruido de las balas y el olor a humo, 94 personas perdieron la vida y más de una docena desapareció sin dejar rastro. Hoy, esa memoria vuelve a interpelar a Colombia desde distintas voces que se niegan a olvidar. En Sala de Prensa Blu, algunos sobrevivientes, familiares de víctimas y representantes del poder judicial recordaron esos dos días que partieron en dos la vida del país.
Se trata de una conmemoración necesaria y dolorosa. No es solo una fecha más en el calendario, es un recordatorio del “holocausto nacional” que sigue siendo una herida abierta. Como lo resumió uno de los entrevistados: “Esta llaga no sana. Cuarenta años después, el dolor sigue ahí”.
Durante el especial radial, la voz de Carlos Medellín, hijo del magistrado asesinado Alfonso Reyes Echandía, puso sobre la mesa una verdad incómoda: “La primera víctima del Palacio de Justicia fue la verdad”. Medellín asegura que aún no se sabe con certeza quién dejó expuesta a la Corte Suprema, por qué se retiró la seguridad del edificio y qué tanto sabían las autoridades antes de la toma.
Para él, la tragedia ha sido contada “incluso sobre mentiras”, dejando de lado la responsabilidad directa de los guerrilleros del M-19 que justificaron la acción como una medida “revolucionaria” contra el gobierno de Belisario Betancur. Mientras algunos sectores han centrado la culpa en la brutalidad de la retoma militar, Medellín insiste: “La responsabilidad del M-19 es muy grande, ellos sabían lo que hacían al entrar ahí, a sangre y fuego”.
El entrevistado también recordó que la explosiva relación con Pablo Escobar no ha sido aclarada del todo: “No sabemos si financió el ataque para destruir expedientes y frenar su extradición. Esa verdad no está completa”.
El relato de Francisco González, auxiliar de servicios generales del Palacio, estremeció a la audiencia. Contó que solo se salvó “por un cheque olvidado” que lo obligó a volver al edificio minutos antes del ataque. “Pedí permiso para tomar una gaseosa. Segundos después todo fue ráfagas, gritos y humo”. Su escape terminó entre carros abandonados, donde se ocultó aterrado mientras escuchaba los disparos.
Por su parte, Orlando Arrechea relató el drama de los sobrevivientes en manos de la Fuerza Pública: “Nos pusieron en fila india y nos llevaron a Usaquén. Ahí me acusaron de guerrillero. Trompada va, patada viene, y pasé toda la noche de pie contra la pared”. Solo un familiar logró demostrar que era inocente.
El presidente de la Corte Suprema, magistrado Octavio Tejeiro, recordó cómo vivió la tragedia desde San Juanito, Meta, donde era juez municipal. “Si eso pasó en Bogotá, ¿qué podía pasarme a mí en un pueblo pequeño?”, dijo. Hoy, aunque el Palacio fue reconstruido, su historia sigue “incompleta”. Los expedientes ardieron y el número exacto de desaparecidos sigue siendo un misterio.
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El cierre del especial lo dio una de las víctimas anónimas de la historia: Carmen, la señora del aseo que trabajaba en el Palacio. Le preguntaron si la herida había cerrado después de tanto tiempo. Su respuesta fue simple, pero profunda: “No, eso no es así”.