Quedé muy impactado con la historia del señor que se encontró un dinero y lo devolvió a la Policía; hecho que ocasionó que se presentaran 12 personas a reclamarlo como suyo. La verdad no me impresiona la honestidad de la persona que lo devolvió, creo que eso es lo que debe ser y aunque constantemente encontramos relatos de situaciones en las que algunos actúan contra los valores morales y éticos que nos ayudan a vivir de la mejor manera en comunidad, creo que actuar bien es lo que puede garantizar esa tranquilidad de conciencia que permita dormir en paz.
Lo que me impacta es esa cultura del “más vivo,” que ha hecho de la trampa, la mentira y la deshonestidad una manera de actuar que atraviesa toda la sociedad y se expresa en la corrupción en todos los niveles. Alguno puede creer que se trata de una “avivatada” sin mucha importancia, pero es que en el fondo es la expresión del desprecio por lo bueno, por lo justo, lo legítimo, que nos hunde en el fango de la corrupción.
La proporción de 1 a 12, me hace pensar que esta manera se ha generalizado y que necesitamos entender que actuar éticamente es la única garantía de realización que como individuos y sociedad tenemos. Este tipo de situaciones nos tienen que ocasionar una profunda reflexión sobre el porqué ser buenos y justos. No se trata de responder a unas normas simplemente o a un mandato religioso, sino a la convicción de construir desde unos valores que garanticen que podamos convivir generando condiciones en las que todos podamos vivir dignamente.
La pobreza que vivimos, que afortunadamente menguó un poco, como lo dijo el DANE en su informe de ayer -aunque sabemos que lo importante es que desaparezca totalmente-, es también causada por esta cultura del “vivo”, del “tramposo”; porque algunos han hecho sus riquezas desde esas acciones corruptas y con ello han generado mucha más desigualdad, que no sólo condena a millones de personas a vivir en las peores condiciones, sino que no nos permite progresar como sociedad.