A pesar de que muchas veces asistí como presbítero a personas agonizantes y acompañé a familias en el proceso de duelo frente a la pérdida de seres amados, la partida de mi papá fue un mazazo que me dejó aturdido y solamente con ganas de llorar. Por eso, ayer cuando leí una nota de prensa del comediante chileno Dino Gordillo, reconocido en su país, quien el fin de semana pasado, antes de iniciar su participación en el Carnaval Elquino de Vicuña, recibió la noticia de la muerte de su hijo Aldo Guzman de 42 años, y no obstante, salió al escenario a realizar su rutina humorística y la hizo como un homenaje a su hijo.
La experiencia nos pone de frente ante la situación limite de la muerte de los seres que amamos y cómo reaccionamos ante ella. Entiendo y respeto esa concepción que hace del sacrificio la virtud más importante y que cree que el trabajo está por encima del dolor, pero creo que realmente el ser humano virtuoso es aquel que es capaz de gestionar sus emociones sin reprimirlas y sin obligarse a hacer lo que su estado de ánimo no le permite. Creo que tener desanimado, estar destruido interiormente por una pérdida o simplemente llorar no nos hace menos fuertes, sino al contrario, nos permite asumir de mejor manera los límites de nuestra condición humana.
Imagino la explosión emocional que tuvo que haber en el interior del comediante chileno, que seguro por su profesionalismo supo manejar, pero hay que dejar claro que no hubiera hecho mal si hubiese suspendido el show y hubiese dicho que no podía hacerlo porque quería concentrarse en el dolor que sentía.
Es hora de que entendamos que, como nos dejó claro Aristóteles, el hombre virtuoso es aquel que es justo, prudente y sabio a la vez, lo cual implica siempre un correcto dominio de la razón y de las propias emociones.
No tengas miedo de llorar y sentirte frágil, acoger tu vulnerabilidad te hará más capaz de superarla y de seguir adelante en tu vida. El sacrificio por sí mismo no tiene sentido.