Una de las claves de una vida con sentido es ser consciente de las posibilidades y limitaciones que se tiene; comprender en qué momento de la historia personal se está para saber actuar con sensatez y efectividad. El fin de semana leía en El País de España la última columna del Nobel Mario Vargas Llosa, que presentó como la última que escribe y publica luego de 33 años de estar en las páginas de este periódico. Vargas Llosa publicó su primera columna en este diario el 2 de diciembre de 1990, con un artículo que tituló: “Elogio de la Dama de Hierro”, un retrato de la primera ministra británica Margaret Thatcher, escrito tras varios encuentros con ella.
Pero, realmente lo que más me impresiona es la claridad que tiene para entender que a los 87 años hay que soltar actividades y concentrarse en otro tipo de situaciones. Ya en octubre de este año había dicho: “Me despido de la novela porque tengo 87 años y no me imagino que esas historias, que tardo tres o cuatro años en construir, pueden abordarse con todo el rigor necesario en esta etapa de mi vida”.
Por eso, esta despedida del Nobel me hace pensar que no somos eternos, ni las capacidades siguen intactas mientras pasan los años y tenemos que aceptarlo para saber renunciar.
Cuando nos negamos a reconocerlo corremos el riesgo no sólo de perder nuestra calidad, sino hasta el respeto de quienes nos han admirado. El miedo a no seguir siendo importantes, el temor al tiempo libre, el creer que somos invencibles, pueden ser las causas de ese comportamiento tacaño y terco con nosotros mismos frente a la realidad. Hay que saberse ir en el momento oportuno. Ahora no sólo admiro al Nobel de literatura por su novela realista, sino por la conciencia que tiene de sí mismo.