Por qué está colapsando el centro político
Todo parecería indicar que Gustavo Petro le quitó a Sergio Fajardo la iniciativa en el sector del voto independiente.
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Todo parecería indicar que Gustavo Petro le quitó a Sergio Fajardo la iniciativa en el sector del voto independiente, en particular en el nicho compuesto por los votantes jóvenes, hastiados de la corrupción tradicional, hastiados de las agendas tradicionales de gobierno, y al menos en principio reacios al mensaje de los extremos, en la derecha y en la izquierda. Y esto ha pasado, a mi juicio, por tres razones.
Primero, por reacción (una reacción comprensible de la cual además es difícil no ser partícipe): al ver que todo lo peor de la política tradicional y del país tradicional se enfila contra Petro, y lo hace además de manera tramposa, surge en este votante independiente una reacción de solidaridad. Y repito, es comprensible. ¿Cómo no solidarizarse con Petro, cuando vemos que quien más duramente lo ataca es Germán Vargas Lleras, quien representa y encarna todo lo que está podrido en la política nacional? ¿Cómo no solidarizarse con Petro cuando vemos a algunos medios tradicionales manipular sus contenidos para perjudicarle? Es difícil no ponerse del lado de quien es víctima de manipulaciones del diario que pertenece al oligopolista más poderoso de Colombia.
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La segunda razón es que el discurso de Petro no ha resultado ser tan radical como se había dicho que sería. Vargas Lleras, El Tiempo y compañía lo presentan como Chávez en persona, pero en sus pronunciamientos el candidato observa una línea más razonable, conectada además con temas que son del corazón del sector independiente y joven del voto: medio ambiente, reforma rural y equidad social, por ejemplo.
Pero hay una tercera razón, y es que en esta campaña han emergido claramente lo que parecerían ser debilidades intrínsecas del centro político.
¿Cuáles son?
La primera es el miedo a asumir posiciones. Tal vez porque ese centro se autodefine como lo que no es una cosa ni la otra, como lo que no está en ninguno de los dos extremos, termina creyendo que asumir posiciones necesariamente es ubicarse en uno de los lados de la polarización. Y así, por ejemplo, cuando a Fajardo se le critica el no asumir posiciones, con frecuencia sus aliados responden con un argumento del tipo “él no se va a ubicar en la izquierda ni en la derecha, no insistan”. Esto simplemente es absurdo, y conduce a la parálisis. Un candidato de centro puede tener posiciones propias, y es más, no tenerlas le cuesta mucho. Y en el caso de Fajardo, si persiste en esa actitud, el costo será mucho mayor en la etapa final de la carrera, cuando en escenarios como debates o entrevistas se presione a los candidatos a que ofrezcan soluciones.
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Otra debilidad del centro suele ser su falta de energía. Cuando hay una polarización, quienes están en los extremos creen que van a salvar al mundo, y luchan sin descanso con la energía que les da esa convicción. Nadie dice que el centro deba volverse mesiánico, pero sí debe tener una energía propia que le permita proyectar entusiasmo, convicción, seguridad y determinación, pues esta energía, este entusiasmo, se transmite al votante. Muchos en el centro presumen de no ser fanáticos ni mesiánicos, y ello está bien. Pero de nuevo, al igual que en el caso anterior, confunden esto con una necesaria falta de energía, como si el entusiasmo fuera exclusivo de los fanáticos.
Es común entonces ver, en muchos de esos círculos de quienes se presumen de centro, una actitud en la cual el fracaso político se sublima y se convierte en argumento de superioridad moral. Perdimos, claro, porque no nos íbamos a rebajar al fanatismo de esa gente. Perdimos porque nosotros somos inteligentes y racionales, gente culta, no como esa chusma.
Y así, en tiempos de polarización el centro suele colapsar. Retrocede inmediatamente cuando le muestran el puño. Colapsó en la Revolución Francesa, entre las energías feroces de la restauración y del jacobinismo. Colapsó en 1917 en Rusia, y en 1933 en Alemania. Y parece estar colapsando en Colombia, entre el entusiasmo de una izquierda que viene con agenda renovada y con la convicción de que le llegó su momento, y una derecha que se moviliza para lo que ven como una heroica defensa de la nación frente al comunismo.
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