El gesto que delata inseguridad al instante y muchos lo hacen sin notarlo, según expertos
El lenguaje no verbal funciona como un canal paralelo de comunicación que revela información que, en ocasiones, las palabras no expresan.
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En encuentros laborales, conversaciones cotidianas o incluso al momento de saludar, muchas personas realizan de manera inconsciente un gesto que, de acuerdo con expertos en lenguaje corporal, puede exponer un estado inmediato de vulnerabilidad. Aunque suele pasar inadvertido, aparece con frecuencia en situaciones de tensión, evaluación o incomodidad social.
El lenguaje no verbal funciona como un canal paralelo de comunicación que revela información que, en ocasiones, las palabras no expresan. Diversas investigaciones en ciencias del comportamiento señalan que una parte significativa de las emociones se transmite a través de gestos, posturas y microexpresiones.
Entre esas señales silenciosas se encuentran los llamados microgestos: movimientos breves, automáticos y repetitivos que emergen sin planificación consciente. Sin embargo, hay un gesto que, según los especialistas, se presenta con mayor frecuencia cuando alguien atraviesa un momento de inseguridad.
Psicólogos y analistas del comportamiento coinciden en que tocarse el rostro, en particular la zona de la nariz o la boca, es uno de los indicadores más claros de inseguridad emocional durante una conversación.
Estudios en comunicación no verbal y cognición señalan que este movimiento actúa como un mecanismo de autorregulación: el cerebro recurre a un estímulo físico para disminuir la tensión interna y generar una sensación momentánea de control. Suele hacerse, sobre todo, cuando la persona siente que está siendo observada o evaluada.
De acuerdo con neurocientíficos, tocarse la cara moviliza el sistema de “autoconsuelo”, relacionado con la disminución del cortisol, la hormona que se activa en situaciones de estrés. Se trata de un reflejo similar al de frotarse las manos o abrazarse a uno mismo cuando aumenta la ansiedad.
Este gesto no implica necesariamente una falta de seguridad personal; se trata, más bien, de una reacción automática que busca restaurar el equilibrio emocional. No obstante, cuando se repite de forma continua, puede sugerir dificultades para gestionar la presión social, altos niveles de autocrítica o incluso una sensibilidad mayor ante escenarios demandantes.