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Fotos: La espantosa vida de los limpiadores de pozos sépticos en Burkina Faso

Estos obreros están en contacto directo con excrementos humanos y trabajan en espacios confinados y peligrosos.

Wendgoundin Sawadogo se adentra en la fosa séptica sin ropa de protección y limpia los desechos a mano. En Burkina Faso, cientos de poceros trabajan en condiciones terribles y arriesgando la vida.

"Es nuestro día a día, estamos acostumbrados. Hace 15 años que hago este trabajo sin mucha protección, a pesar de que con frecuencia encontramos trozos de vasos, botellas, jeringas", cuenta con una sonrisa este hombre de 45 años, vestido solo con un pantalón tejano cortado a la altura de las rodillas y ennegrecido por las aguas residuales.

Llena un cubo que su compañero sube tres metros hasta la superficie con la ayuda de una cuerda. Así durante más de dos horas.

En Uagadugú, más de la mitad de los 3 millones de habitantes recurren a poceros manuales, según cifras del ayuntamiento.

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"Trabajamos en condiciones precarias. La mayoría de los poceros no están vacunados y quedan a la merced de los desechos y de objetos cortantes que hay en el lodo durante el vaciado", explica el presidente de la asociación burkinesa para el saneamiento y protección del medio ambiente, Alidou Bandé.

Estos obreros están en contacto directo con excrementos humanos y trabajan en espacios confinados y peligrosos. Se exponen a enfermedades como el cólera, la fiebre tifoidea, la hepatitis. Sin hablar de los riesgos de cortes que pueden provocar tétanos, septicemia o infecciones graves.

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- Burlas en el colegio -

"A menudo los guantes y las botas nos impiden trabajar y acabamos sacándolos", reconoce Issa Zongo, quien confiesa sufrir "regularmente heridas por objetos cortantes".

Es padre de dos hijos. Tiene 38 años, de los que lleva 13 trabajando como pocero para particulares.

"Vivimos día a día", dice. Cobra entre 15.000 FCFA y 25.000 FCFA (entre 22 y 35 euros, entre 24 y 39 dólares), dependiendo del tamaño de las fosas que hay que vaciar, afirma Issa Zongo.

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"No es nada si tienes que cuidar de la familia y curarte", afirma. "No se respeta nuestro oficio. Ni siquiera nuestros clientes ... Cuando necesitan nuestros servicios, se dan cuenta de nuestra utilidad. Nos estigmatizan".

"Tengo una hija de 11 años cuyos compañeros se burlan porque soy pocero. Ella prefiere decir que soy obrero", dice Issa Zongo.

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"Antes, los poceros manuales trabajaban clandestinamente durante la noche. Ahora conseguimos tener triciclos y trabajamos por el día", comenta satisfecho Bandé.

Pero hay un problema para deshacerse de los desechos. "No tenemos un vertedero por lo que los poceros continúan vaciando en la naturaleza, ya sea en las afueras de la ciudad o en los patios interiores", explica.

Cuando las autoridades los pillan en flagrante delito deben pagar multas (12.000 FCFA), dice Zongo. "Por eso lo evitamos alejándonos al máximo" para tirar los desechos, explica.

Según el director de salud pública e higiene de Uagadugú, Saidou Nassouri "hay tres zonas de descarga en Zagtouli, Sourgbila y Kossodo".

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"Están fuera de la ciudad, están lejos, estos poceros no tienen los medios materiales para llegar a ellas, por lo que vacían en la franja verde (alrededor de Uagadugú)", reconoce.

"Este vertido clandestino es un vector de todo tipo de enfermedades y problemas" y "se ha creado una policía de salubridad" para remediarlo, según Nassouri.

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"Si pudiéramos tener lugares en cada distrito, los poceros podrían descargar a la espera de que el lodo se transportara a los centros de tratamiento", sugiere Alidou Bandé.

"Los poceros son marginados, olvidados, abandonados", resume Alidou Bandé, quien lucha por el reconocimiento del oficio, a través de la asociación creada en 2012 y que cuenta con 41 miembros.

"No tenemos documento alguno que demuestre que es nuestra profesión", lamenta Wendgoundin Sawadogo.

"Cuando nos morimos, nos morimos. Nos vamos con nuestro cubo y azada sin ningún reconocimiento, sin ningún documento que demuestre a nuestros hijos que hemos ejercido tal trabajo", añade.

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"Me entristece. No quiero que mis hijos hagan este trabajo", afirma Wendgoudin.

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